Ocho días y siete noches predicando ejercicios espirituales a mujeres de oración, once mujeres –solo once– que llaman a Teresa de Jesús «la Santa Madre», mujeres que tienen a Dios dentro. Rezando con ellas y como ellas, acudiendo siete veces al coro todos los días. Así se entiende y se vive la Liturgia de las Horas con pleno sentido, siendo verdadera Alabanza de la Gloria. Ocho días con la Virgen, como una más, en el antecoro, escuchando con atención amorosa las pláticas de este cura que se atreve a hablar de «realidades que le superan». Palomarcico de Algezares, antes en la calle Sagasta número 4 de Murcia, y desde 1964 a los pies del santuario de la Virgen de la Fuensanta en un edificio verdadera joya del arte religioso contemporáneo. La sencillez no hace ruido, pero tampoco lo soporta.
Todavía quedan en Murcia palomarcicos, desiertos, huertos cerrados y moradas para el Espíritu; templos de amor, caudal de contemplación y serena custodia de almas enamoradas. Recientemente hemos perdido a las Benedictinas de la Fuensanta –hermanas, millón de gracias–; también cerró La Encarnación de Mula, y antes lo hicieron las Concepcionistas de Yecla, las «monjas encerrás»; otras trasladaron su sede a lugares más propicios para el silencio y la oración, víctimas del desarrollismo urbano. Pero en Santomera, en Lorca, en Caravaca de la Cruz, en Cieza y en Murcia, en La Palma o en Valdelentisco hay monasterios y conventos vivos y abiertos, de tradición secular de muy diversos carismas y familias espirituales.
Acérquense, escríbanles, participen de su liturgia y escúchenlas. Mujeres mujeres.