En tiempos donde la fe a veces parece silenciarse entre el ruido del mundo, el Papa Francisco nos ha recordado con firmeza y ternura la fuerza del Evangelio. Con cada palabra, gesto y decisión, ha mostrado que seguir a Cristo no es una idea lejana, sino una forma concreta de vivir: cercana, humilde y comprometida con los más pequeños.
Han dicho muchas cosas de él, lo han definido de mil maneras, pero la que más lo define desde mi punto de vista es que ha sido Evangelio vivo. Y esto, que así por escrito es muy bonito, en la vida no es fácil. Francisco ha sabido recuperar lo más genuino del Evangelio y nos ha mostrado que el seguimiento de Cristo es muy humano. Que en lo sencillo y en lo cotidiano es donde mejor podemos dar la vida.
Gracias, Papa Francisco, por predicar no solo desde el altar, sino desde el corazón del Evangelio; por hablarnos del amor que acoge, de la misericordia que perdona, de la justicia que se construye desde abajo. Has hecho visible un cristianismo que no se encierra, sino que sale al encuentro, tal como Jesús lo hacía. Tu vida y tu servicio nos invitan a volver a las raíces del mensaje de Cristo: amar a Dios y al prójimo, especialmente al que sufre. En ti vemos reflejada esa Iglesia en salida de la que tanto hablabas, una Iglesia que no teme ensuciarse las manos para sanar las heridas del mundo. Gracias por ayudarnos a redescubrir la alegría del Evangelio. Ojalá que sepamos reconocer que hemos vivido con un santo, de esos que le gustaban a él, de los de la puerta de al lado.