Cuando somos de todo menos de Cristo

Qué más dará el color de los zapatos si al final del camino sus suelas se han desgastado por el uso… Se nos escapa la vida en la Iglesia viviendo en la superficie de las cosas, en lo estético, en lo simbólico, en los gestos, y da igual si estos huelen a incienso o a oveja… se nos escapa la vida en la superficie. «El cristiano del siglo XXI será místico o no será», decía Rahner. Y qué razón tenía. Necesitamos horas de sagrario, de contemplación, de silencio, de limpiar nuestra mirada; precisamos engrasar nuestras rodillas para volver a arrodillarnos ante el único Rey y para agacharnos hasta los que están postrados en el suelo para ayudarles a levantarse; nos sobra soberbia y saber, y nos falta empatía  y curiosidad, para mirar con asombro a nuestro alrededor y poder reaprender tantas cosas; nos urge la necesidad de dar nuestra opinión por muy ignorante y cateta que sea, y nos escasea la misericordia y la coherencia a raudales; nos sobra tiempo que perder en lo banal y nos falta para atender lo que es verdaderamente importante.

Decía una amiga hace un par días que sentía como Dios iba conduciendo su camino para que ella pudiera ayudarle a implantar su Reino en su trabajo (trabajo nada fácil, por cierto). Escucharla me hizo preguntarme cuántas veces no somos conscientes de la gran responsabilidad que tenemos.

Sé que creer en la Iglesia no siempre es fácil, porque la formamos personas más bien torpes que perfectas; pero no puedo creer en la Iglesia que a mí me gusta, la que se amolda a mis necesidades y caprichos. Es un verdadero despropósito eso de católicos conservadores y católicos liberales. ¿Cómo creerá el mundo en Cristo si quienes dicen ser discípulos suyos están divididos? (cf. Jn 17, 20-21).

Otros artículos

Ser al menos una gota en el mar

«No soy contagioso, pero él no lo sabía»

Yo sí soy el guardián de mi hermano