Durante las procesiones cuaresmales y de Semana Santa, la Virgen se erige como un poderoso faro de esperanza y fortaleza. Su presencia en este recorrido cuaresmal nos recuerda la importancia del acompañamiento mutuo en los momentos más difíciles de la vida. Pronto, nuestra Madre será portada por estantes en procesiones cargadas de simbolismo y fervor, que transforman nuestras calles en un trayecto de reflexión y oración. A su paso, nos sentimos acompañados en penas y alegrías. Este acompañamiento no solo es espiritual, sino también comunitario; se experimenta en el abrazo de un hermano, en la oración compartida, en la generosidad de los nazarenos, en la mirada comprensiva de otros fieles. Con cada procesión, su intercesión se hace palpable, recordándonos que camina con nosotros.
Como concepcionista, no puedo ver a María, solo como la madre de Jesús, sino también como una creyente que camina junto a su Hijo, en su camino hacia el calvario. Ella es un modelo de fe y compromiso, una llamada a seguir creciendo en la fe, para una mejor relación con Dios y con los demás.
Al seguir su ejemplo, te invito a encontrar, en este camino cuaresmal, ya muy encaminado hacia la Pascua, la motivación para vivir con autenticidad tu profesión bautismal y asumir los compromisos que ello conlleva. Así, durante la Cuaresma, María se convierte en camino de discipulado, recordándonos que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay luz y esperanza. ¡Ánimo!
¡Madre, queremos seguir tus pasos, llenarnos de la esperanza que proviene de tu ejemplo y ser instrumentos de paz y amor en nuestro entorno!