Francisco tenía muy clara la importancia del acompañamiento espiritual y animó en muchas ocasiones a ejercerlo y recibirlo. Una vez, dirigiéndose a sacerdotes aseguraba, con esa fina ironía argentina: «No es obligatorio, pero si no tienes a alguien que te ayude a caminar, te caerás y harás ruido». Y también decía: «No sustituye al Señor, no hace el trabajo en lugar del acompañado, sino que camina a su lado, le anima a leer lo que se mueve en su corazón».
Desde hace más de treinta años tengo acompañante, y doy gracias a Dios de corazón por ese regalo.
Puede ser hombre o mujer, cura, laico, religioso… Lo importante es que sea persona de profunda vida espiritual, aventajado, porque no se trata del «amigo de Emaús» que camina a mi lado, a mi ritmo.
La vida interior es imprescindible y exigente, está salpicada de baches, curvas, cuestas y cruces. A veces se circula de día y otras de noche, con niebla, lluvia, nieve o hielo. Otras la recta se pierde en el horizonte sin más referencias, en medio de un desierto inacabable, y en ese momento no sabes si avanzas o retrocedes.
El propio discernimiento es absolutamente necesario e inexcusable, pero también insuficiente, pues las trampas que nos llegan de fuera, los autoengaños a los que nos sometemos y el ruido constante del ego son obstáculos difícilmente salvables sin la mirada que viene de fuera y que ya ha superado esas dificultades u otras parecidas.