Claudia Muñoz Laosa, estudiante de 18 años, cuenta su experiencia participando en la vida parroquial de El Niño Jesús de Yecla.
Desde muy pequeña mi familia me ha inculcado la fe, sobre todo mi abuela materna. Ella ha sido la que me llevaba a misa y la que me enseñó a rezar, entre otras muchas cosas. También hizo mi vestido de Primera Comunión a mano. Y mi abuelo, cuando me sacaba de paseo, me llevaba a la iglesia a ver los santos. De la parroquia recuerdo a mi catequista Pepi, que falleció hace cuatro meses y medio por una enfermedad. Ella fue muy querida por todos. Las catequesis con ella eran muy divertidas, porque aparte de prepararnos para recibir la Primera Comunión nos enseñaba a comunicarnos entre nosotros en un ambiente divertido y familiar.
El año pasado me descolgué un poco de la Iglesia, dejé de ir a misa y de participar en ciertas actividades; pero unos meses después, en septiembre, acudí a una hora santa de Hakuna que se realizaba en la parroquia. Ahí entendí que, aun habiendo estado alejada un tiempo, pase lo que pase, Dios te espera. Justo al día siguiente fui al Encuentro Diocesano de Coros Parroquiales y, a partir de ahí, empecé a colaborar en más actividades de la parroquia.
Empecé a dar catequesis en el grupo que llamamos el «Club de los niños del Niño» y, poco tiempo después, me involucré más en Hakuna. Este verano participé en la Peregrinación Joven 2024 a Londres organizada por la parroquia, donde vi la vida de otra forma y con otro sentido. También este verano, fui monitora en el campamento parroquial. Fue una experiencia increíble donde sentí que el Señor nos tocó el corazón a todos y nos dio fuerzas en muchos momentos.
En la peregrinación pasamos por Lourdes, nunca había estado allí y nada más entrar me impactó mucho el ambiente de culto que había hacia la Virgen. Se convirtió en mi lugar favorito nada más pisarlo. Fuimos a la gruta y varios amigos rezamos un Rosario juntos. Estaba maravillada, la paz que encontré en ese entorno me hizo sentir feliz. En el santuario de Lourdes tuve la gran oportunidad de dar testimonio por primera vez y, ese mismo día, acudimos a la procesión eucarística, que terminó en la basílica subterránea de San Pío X, donde hubo un rato de oración. Ya en Londres vivimos la fe todos juntos, en familia; visitamos lugares míticos de esta ciudad y también varias iglesias, como la de Santa Etheldreda. Allí hice amigos nuevos con los que compartir la fe –compartir la fe con gente de mi misma edad o similares es para mí un pilar fundamental para estar cada día más llena del Señor–. Esta peregrinación me ha ayudado a crecer más espiritualmente y a abrir el corazón.
Me gustaría dar las gracias a mi abuela y abuelo maternos por inculcarme la fe; a Pepi, mi catequista, por todo lo que me enseñó en esos muchos miércoles por la tarde; a don Asensio, párroco del Niño, por acercarme cada vez un poquito más al Señor; a mis padres, por ser pilares fundamentales para mí; y a todos mis amigos de la parroquia, por hacerme cada día más feliz.