«Ese amor incondicional me cambió por completo»

Raúl Marín Vera, catequista de Confirmación y miembro del consejo juvenil de la Parroquia Santiago el Mayor de Totana, comparte hoy su testimonio de encuentro con Dios.

Soy Raúl Marín Vera, tengo 18 años, soy de Totana y estudio un grado superior en Paisajismo y Medio Rural. Además, formo parte del consejo juvenil parroquial y soy catequista de Confirmación. Mi vida siempre ha estado marcada por la fe, aunque no siempre fui plenamente consciente de lo que significa vivir con Dios en el centro de todo.

Desde pequeño, tuve la suerte de estudiar en un colegio de las Hijas de la Caridad, donde aprendí los valores cristianos y empecé a comprender la importancia de Dios en mi vida. Sin embargo, fue el 20 de septiembre de 2021 cuando mi relación con él cambió por completo. En ese momento atravesaba una crisis de fe, en la que sentía dudas, desconexión y mucha incertidumbre. Ese 20 de septiembre, una amiga me invitó a participar en una hora santa de Hakuna. Al principio, no imaginé que esa tarde iba a ser tan significativa, pero fue allí donde realmente conocí a Dios.

Durante aquella hora santa, experimenté algo que jamás había sentido. Me di cuenta de que Dios no era una figura lejana, sino alguien real, una persona que dio su vida por mí y que me amaba profundamente. Comprendí que la felicidad no consiste en evitar las dificultades de la vida, sino en aprender a abrazarlas con esperanza. Descubrí que en cada pequeño detalle del día a día –como una sonrisa, una mirada, un gesto de amor o incluso una lágrima–, se esconde la presencia de Dios. Que cada uno de esos actos me acercaba un poco más al cielo.

También entendí que la verdadera felicidad comienza aquí, en la tierra, con la forma en la que vivo cada momento: cuando amo, cuando perdono y cuando disfruto lo que tengo. Desde entonces, aprendí a buscar a Dios en los demás y en los pequeños detalles. Descubrí que incluso en los momentos más oscuros, Dios siempre está conmigo, dándome fuerza para seguir adelante. Su plan es perfecto, aunque a veces no lo entienda o me sienta perdido. Él nunca se aparta de mi lado.

Lo que más me impactó fue darme cuenta de que Jesús dio su vida por mí, incluso cuando yo le había dado la espalda, cuando lo culpé de mis problemas o me alejé de él. En lugar de abandonarme, siempre estuvo esperándome con los brazos abiertos. Ese amor incondicional me cambió por completo. Desde entonces, mi forma de vivir dio un giro: aprendí a afrontar todo con una sonrisa, a abrazar mi cruz y a disfrutar de cada momento, por difícil que fuera.

Una frase marcó mi vida: «Sé feliz en la tierra para ser feliz en el cielo». Esa idea transformó mi manera de ver las cosas y hoy define mi forma de vivir. Si tuviera que describirme con una palabra, sería disfrutón, porque ahora valoro cada instante y lo vivo con plenitud, todo con una sonrisa. A partir de esa experiencia, comencé a participar activamente en mi parroquia, ayudando a otros a encontrar esa misma esperanza y felicidad que yo descubrí en Dios.

Carmen García
Graduada en Periodismo. Redactora. Responsable de edición y diseño de la revista Nuestra Iglesia.

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