«Él ha hecho que vuelva a ser feliz»

Ferrán Pérez Sanfélix, de 20 años, es estudiante y pertenece a la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción de Alcantarilla, su localidad natal. Hoy nos cuenta su experiencia de encuentro con Dios.

Siempre he ido a misa, desde que nací, y siempre fue por obligación de mi madre. Me bautizaron, hice la Primera Comunión y me confirmé. En los años que fui a catequesis de Confirmación me sentía lleno, feliz y seguro de mí mismo, y no me sentía tan obligado a la hora de ir a misa.

Cuando me confirmé, en el 2019, yo quería seguir en algún grupo católico de mi parroquia y empecé a ir al que nosotros llamamos grupo de jóvenes. Cuando empezó el curso iba bien, éramos casi todos los que recibimos la Confirmación el año anterior y yo me sentía bien, pero notaba que me faltaba algo y no sabía el qué. Por cosas de la vida, los domingos o la gran mayoría de ellos tenía cosas que hacer y a mí, en ese tiempo, no me importaba faltar o no a misa.

Llegó la pandemia, la cuarentena y la prohibición de salir de casa. Los domingos poníamos la misa que emitían en la tele, pero no era lo mismo y me irritaba. Luego volvió poco a poco la normalidad y ya no tenía ni tiempo ni ganas de participar en el grupo de jóvenes, además de que la mayoría de los compañeros ya no iban y, por aquel entonces, me daba pereza conocer gente nueva. Dejé de ir a misa, dejé de hablar con Dios y dejé el grupo; en definitiva, aparté todo lo relacionado con el Señor.

Ahí empezó la peor etapa de mi vida: momentos felices fugaces, felicidad solo momentánea, incertidumbre todos los días, desesperación por no saber qué pasaba… sabía que me seguía faltando algo, pero todavía no sabía qué.

Terminé bachillerato y entré a una FP para ver si esto me hacía feliz, si era mi camino, pero rápidamente me di cuenta de que no, de que todos esos sentimientos persistían.

Un día, cuando llegué a mi casa, mi madre me dijo: «Oye, Ferrán; me ha dicho Luque (mi catequista de Confirmación) que este año se va a ir el grupo de jóvenes a la JMJ de Lisboa y me ha preguntado si quieres ir con ellos». Yo ya conocía lo que era la Jornada Mundial de la Juventud porque nos lo explicaron en catequesis y siempre quise ir. Sin pensarlo, dije que sí. Fue como un impulso, un acto reflejo. Pasó el tiempo y, cuanto menos faltaba para el viaje, más asustado estaba, con miedo por no saber si iba a ir bien o no, o si le iba a caer bien a la gente o no. Llegó el día y en unas horas me di cuenta de que estaba muy equivocado; hice bien en decir sí.

Me recibieron con los brazos abiertos y me ayudaron a encontrar eso que me faltaba y que siempre estuvo delante, durante toda mi vida, pero que nunca vi. Puedo decir con certeza que ya no solo son amigos, sino familia, a la que le agradezco el cambio de vida que experimenté y, obviamente, también se lo agradezco al Señor. A él le doy gracias todos los días por haberme dado ese impulso de decir sí. Él me ayudó a encontrar el camino y aquello que me faltaba para sentirme lleno. Él ha hecho que vuelva a ser feliz. Por eso siempre le diré sí, sin dudar.

Carmen García
Graduada en Periodismo. Redactora. Responsable de edición y diseño de la revista Nuestra Iglesia.

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