Raquel Campuzano Contreras, de la Parroquia San Juan Bautista de Archena, comparte su testimonio realizando el Camino de Santiago junto a los jóvenes de la Pastoral Universitaria.
Te dejo pinceladas de mi Camino de Santiago y te animo a que cuando lo hagas sea con tu familia, los que integran la Iglesia, porque es con quienes de verdad disfrutas, de quienes más aprendes, los que más dejan huella para tu caminar en el verdadero camino que es la vida.
El Camino de Santiago ha sido una maravilla: el caminar acompañada, la llegada a Santiago, la misa en la Catedral, la visita a la tumba de Santiago Apóstol… ¡En su conjunto, todo un regalo lleno de Dios! Me llevo amistades, gente buena de corazón. Personas que están ahí cuando las necesitas, que están ahí para compartir, para reír, para llorar, para hablar, para cantar, para rezar, para escuchar, para curar heridas tanto físicas como espirituales; para preparar juegos; para celebrar la misa y las horas santas; para perdonarte y para amarte. Me llevo consejos para mi vida, como este: merece la pena siempre seguir hacia delante con alegría, no rendirse nunca y apoyarse en Dios en todo momento. ¿Para qué rendirse? Si Dios quiere algo de nosotros nos va a dar la fuerza para conseguirlo, Dios nunca pierde batallas. Es muy importante servirse de su gracia porque es un regalo gratuito que nos da, es alimento para el alma, es la gasolina que necesitamos para ir al cielo.
Otra cosa que me llevo es el volcarse en los demás, en sus preocupaciones y necesidades, como tantas personas han hecho. «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15, 13). He visto y experimentado ese amor hacia mí y hacia otros y me llena de gozo. Hay gente que ha dado «la vida» (su fuerza, su tiempo) de tantas maneras como estas: los que estuvieron cuando había ampollas, enfermedades; los que no dejaron a ninguno solo por el camino; los que a pesar de su cansancio se desvivían por otros… Gracias a todos de corazón.
Otro consejo fundamental: llevar a María, a través del Rosario y de tantas maneras, a todas partes, ¡incluso a Galicia! María ha sido la que iba con nosotros de manera discreta pero protectora, como una buena Madre que siempre, de alguna manera, va con nosotros. Merece la pena rezarle, hacerla presente, porque ella quiere estar con nosotros; merece la pena rezar el Rosario, cantarle alguna canción, mirar su imagen, amarla y darle gracias.
Otro ser maravilloso que ha estado ahí y que tanto necesitamos es nuestro Ángel de la Guarda. Los Ángeles Custodios son maravillosos, son la gran ayuda de Dios. Sin ellos, sin su protección, no saldríamos hacia delante. Me hice una foto con una estatua que representaba a nuestro Ángel de la Guarda y llevaba un bastón, como si nos acompañase en el camino o llevase un peso nuestro. Y es verdad, nos acompaña, nos guía; es el guardaespaldas que nuestro Padre Dios nos ha regalado, así que hemos de dirigirnos a nuestro ángel, hablarle, pedirle y decirle que no nos deje caer y que nos levante siempre.
Y me llevo también un mensaje grandísimo que es que Dios nos ama con una inmensa locura. He sentido a Dios a través de un abrazo, palabras que consuelan, una confesión, una hora santa, una mirada, a través del servicio que he recibido. Es cierto que volví muy cansada; pero, aun así, si me preguntaban qué tal me lo había pasado decía que muy bien con una sonrisa, ¡es que sentí el amor de Dios! ¡Ha merecido la pena, es que con Dios siempre merece la pena! Y él quiere abrazarte ahora, a través de su gracia, que proviene de la Iglesia, que es la intermediaria entre Dios y los hombres. Ve a la Iglesia, déjate abrazar por él y no pierdas la ilusión, porque Dios no la va a perder jamás en ti. Tiene algo especial para ti, él te quiere en el cielo.