Dime cómo tratas a los demás y te diré de quién eres discípulo

Bloqueo, desunión, veto, ruptura… son algunos de los términos más escuchados estos días. Palabras que nos hablan de rivalidad, de enfrentamiento, de búsqueda de intereses dispares, de polos opuestos que se separan y fuerzan cada vez más una tensión que parece que tan solo pretende romper los frágiles lazos que sostienen nuestra sociedad. No existe un interés común. No hay un nosotros. Continuamente vemos cómo el egoísmo y el poder de unos pocos parece imponerse sobre las necesidades y el sufrimiento de la mayoría; como, mientras para unos el mundo se desmorona, otros consiguen una y otra vez salirse con la suya. Qué injusto parece todo, ¿verdad?

¿Habrá posibilidad de encontrar luz en medio de tanta oscuridad? ¿Luz? ¿No dijimos la semana pasada que hemos sido creados para brillar? Y «nadie enciende una lámpara y la pone en un lugar oculto o debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que los que entran vean la luz» (Lc 11, 33). Ahí está la clave. Como cristianos, como verdaderos discípulos de Cristo, nuestra vida tiene que iluminar la oscuridad de este mundo y hay muchos pequeños momentos en el día a día en los que podemos elegir brillar: evitando la crítica con los amigos, ayudando con alegría en casa, no siendo déspota sino justo con los subordinados en el trabajo, sonriendo a quien te cruzas cada mañana por la calle, no correspondiendo al desprecio de quien se siente superior…

Las primeras comunidades de cristianos se distinguían del resto por cómo se trataban: «El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común» (Hch 4, 32). Cuánta luz podríamos brindar al mundo si viviéramos en verdadera coherencia nuestra fe. ¡Feliz Día de la Iglesia Diocesana!

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