Aprender a dar: lección de vida marista

Recientemente terminé de leer la encíclica Dilexi te del Papa León XIV y sus últimas palabras, «aún hoy, dar», resonaron profundamente en mí. Dar no es solo un acto que hacemos cuando nos sobra algo, sino que es una expresión de amor verdadero que no puede quedarse quieto.

Como hermano marista, he pasado mi vida en aulas y patios, rodeado de niños y jóvenes que a menudo enfrentan realidades difíciles. Ellos me han enseñado que la pobreza no siempre se mide por lo que falta en el bolsillo, sino por lo que escasea en el corazón: cariño, escucha, oportunidades, afecto, confianza. Y también me han mostrado que quienes tienen poco, a menudo dan más: una sonrisa, su tiempo, su fe sencilla.

El Papa nos recuerda que la limosna, más que una costumbre antigua, es un gesto profundamente humano y cristiano. No se trata de dar por compasión, sino de mirar a los demás a los ojos y reconocer en ellos a un hermano. Dar no nos hace mejores, nos hace familia.

En la escuela, veo cómo los jóvenes se transforman al darse cuenta de que el otro no es solo un número, sino un rostro. En ese encuentro, muchos reconocen, sin necesidad de palabras, el rostro de Cristo.

San Marcelino Champagnat nos enseñó a educar con amor. Y amar, para un educador marista, es compartir lo que somos: tiempo, presencia, ternura, paciencia, mirada atenta, perdón, esperanza. Dar hoy es creer que la bondad tiene un futuro y que los pequeños gestos pueden cambiar el mundo.

Y yo, como hermano marista, quiero seguir aprendiendo ese arte de dar, donde el Evangelio se convierte en vida.

Otros artículos

Aprender a dar: lección de vida marista

Cavar con las manos del corazón