Mamá, cuéntame cosas de Jesús

El otro día, mientras yo pensaba en mil cosas, de la casa, del trabajo, del colegio… mi hija me dijo algo que me hizo parar en seco: «Mamá, quiero que me cuentes cosas de Jesús».

Así, con esa naturalidad propia de la infancia; como quien quiere saber más de alguien que ya empieza a querer. Con sus casi seis años, esa pregunta me hizo pensar. ¿Cómo puede una niña tan pequeña tener esa inquietud?

Pensarlo me sobrecoge. Me recuerda que la fe no se impone, sino que brota. Y cuando lo hace, hay que cuidarla con ternura, como se cuida una vela encendida en medio del viento. Esa petición suya no fue un juego ni una repetición sin fundamento. Creo de corazón que fue un anhelo suyo real, profundo, lleno de la inocencia que solo los niños tienen.

A veces me siento torpe e insegura. ¿Cómo le explico quién es Jesús, qué hizo y qué hace por nosotros? ¿Cómo le explico por qué rezamos o vamos a misa, por qué «el pan de Cristo», como ella lo llama, es más que pan? Y, como puedo, se lo cuento y ella escucha, pregunta, observa, se queda en silencio… Y en ese deseo suyo, yo también redescubro el mío. Vuelve a encenderse algo que a veces, con las prisas, parece estar apagado.

Creo que la fe se transmite así: en casa, con voz de madre y padre, con gestos cotidianos, con la Misa del domingo compartida en familia, con respuestas sencillas que nacen del corazón. No hace falta saberlo todo. Tan solo hace falta estar, rezar juntos, vivir con fe y con alegría.

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