Un lugar donde sanar

Hoy, 10 de octubre, celebramos el Día Mundial de la Salud Mental bajo el lema Compartimos vulnerabilidad, defendamos nuestra salud mental.

Quien me conoce bien sabe que, tanto en mi trabajo antes, como en mi voluntariado ahora, el mundo de la salud mental es de las experiencias más enriquecedoras de mi vida. Acompañar personas y familias (¡cuántos benditos rostros se me vienen a la cabeza!) me enseñó que hay heridas que no se ven, pero que duelen igual o más que las visibles, y que pocas cosas dañan tanto como sentirse solo o señalado (maldito estigma) cuando uno lo está pasando mal.

Hoy son muchas las personas que sufren. No siempre es por algo externo, sino porque el corazón se va llenando de peso invisible. El ritmo de vida, la falta de sentido o la soledad van dejando grietas. Por eso, cuidar la salud mental es, más que nunca, una necesidad. También en la Iglesia, también desde la fe. Porque la fe no borra las heridas, pero sí las abraza. Ya lo dijo el Papa Francisco: «El primer cuidado del que tenemos necesidad en la enfermedad es el de una cercanía llena de compasión y de ternura».

Como creyentes, no podemos mirar a otro lado. Jesús no lo hacía. Él se acercaba, escuchaba y abrazaba a quienes sufrían: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28). Cuidarnos también es amar.

Ojalá que nuestras comunidades sean ese lugar donde, compartiendo su vulnerabilidad, cada cual pueda descansar, sentirse cuidado y encontrar, en medio de todo, un lugar donde sanar.

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