«Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo» (Mt 5, 48). Dios nos regala por el Bautismo la participación de su realidad divina al enviarnos el Espíritu Santo, haciéndonos de esta forma hijos suyos en el Único Hijo, Jesucristo. Por ese motivo nos invita a la perfección de vida, pues sabe que podemos alcanzarla porque para ello no estamos solos, contamos con su ayuda.
La santidad es la vocación primera y principal para todo cristiano, lo que está muy claro en el Concilio Vaticano II en el capítulo cinco de su constitución apostólica Lumen Gentium. Esto nos debe ayudar a comprender que esta petición de Dios no solo es un privilegio sino una obligación como hijos de Dios que somos. No nos asustemos por ello, pues qué mayor felicidad podemos alcanzar que vivir conociendo y experimentando eternamente el amor, o, dicho de otra forma, que vivir eternamente contemplando a Dios. Esforcémonos ya, en todo momento, en ir viviendo en gracia de Dios, es decir, en una amistad y comunión con él muy cercana e íntima, para que podamos alcanzar esa vida de amor a la cual el Señor nos llama.
¿Te atreves a caminar, como los santos, en esa vida de continuo crecimiento de perfección y amor, única y exclusiva para ti, haciéndote cada vez más semejante a Dios? Si la respuesta es sí, ¡enhorabuena! No solo experimentarás la inmensidad de su amor ya en esta vida, sino que a través de ti Dios irá haciendo presente su reino de amor en la realidad actual.