«No soy contagioso, pero él no lo sabía»

La enfermedad no es plato de buen gusto para nadie. No lo es para quien se siente débil y dependiente de otros, ni para quien ve a los suyos desfallecer. Siempre he sentido admiración por quienes se acercan al enfermo con facilidad y trato amable. No es fácil. No lo es al menos para mí. Además, en una sociedad «de tal progreso» como la nuestra, la enfermedad sigue siendo un estigma en muchas ocasiones. No hemos conseguido avanzar mucho en ese sentido. Todo lo contrario. En lugar de invertir y dedicar nuestros esfuerzos a que se mejoren las condiciones de vida de quienes sufren una enfermedad, se retrasan de forma casi indefinida las listas de espera para el acceso a una prueba médica o a un especialista, o incluso en atención primaria a veces. Las urgencias se colapsan, las guardias se incrementan, las bajas del personal se multiplican y el abismo se hace cada vez más grande…

Recuerdo aquella imagen del Papa Francisco, en 2013, en la plaza de San Pedro abrazando y besando a aquel enfermo de neurofibromatosis. «No soy contagioso, pero él no lo sabía», decía emocionado Vinicio Riva. Ese gesto de cariño no logró sanar la enfermedad física, pero sin duda sanó su corazón: «Aquí dejo las penas», le dijo a su tía tras el abrazo del Papa.

La Iglesia celebra hoy a los Santos Médicos Cosme y Damián, comparten el patronazgo de los médicos junto al evangelista san Lucas, el arcángel san Rafael (cuya fiesta celebraremos el lunes) y otros santos como san Pantaleón, san José Moscati o san Martín de Porres. En todos ellos encontramos el servicio como elemento característico. «Dios sana» es la bella traducción de Rafael. Solo Dios es capaz de sanar cualquier herida. Y si le dejamos actuar a través de nosotros podrá sanar también el corazón herido de la humanidad.

Otros artículos

Ser al menos una gota en el mar

«No soy contagioso, pero él no lo sabía»

Yo sí soy el guardián de mi hermano