Sostenidos por el Espíritu Santo

«Oh, Espíritu Santo, Amor del Padre, y del Hijo, inspírame siempre lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo debo decirlo, lo que debo callar; cómo debo actuar, lo que debo hacer, para gloria de Dios, bien de las almas y mi propia santificación. Espíritu Santo, dame agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad para aprender; sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar. Dame acierto al empezar, dirección al progresar y perfección al acabar. Amén». No se me ocurría mejor manera de iniciar mi primer artículo del curso que con esta oración al Espíritu Santo del cardenal Verdier.

Iniciamos un nuevo curso, conocedores de la realidad que nos rodea: un mundo dividido por el poder, la ideología, el ego, el odio; un mundo que construye su fortaleza sobre la tecnología y capacidad de sus armas, ocultando así la vaciedad del corazón de sus gobernantes. Más que nunca, este mundo necesita una respuesta clara y contundente, y los portadores de esa Buena Noticia no podemos estar despistados, entretenidos con pequeñeces, o generando enfrentamiento entre nosotros. El mundo, el hombre y la mujer de hoy, busca a Dios, muchas veces sin ser consciente de ello. Nosotros le conocemos, pero no es de nuestra propiedad. Por el bautismo somos enviados a proclamar el Evangelio a «todos los pueblos» (cf. Mt 28, 19), con las herramientas que tengamos a nuestra disposición y los dones que cada uno ha recibido.

¡Qué suerte que en esta misión tengamos siempre una compañera de camino! A María, cuyo dulce nombre celebramos hoy y que es ejemplo de discipulado, encomendamos nuestra misión y este nuevo curso.

Agradecida a quienes siguen colaborando con nosotras para hacerles llegar cada semana estas páginas.

Otros artículos

Ser al menos una gota en el mar

«No soy contagioso, pero él no lo sabía»

Yo sí soy el guardián de mi hermano