María Gómez Hernández cuenta su experiencia de fe como miembro de la Hermandad de la Virgen de las Maravillas de Cehegín, que celebra un Año Jubilar por los 300 años de la llegada de esta imagen a la localidad.
Para ser sincera, yo soy una «reconvertida». Aunque iba a misa en bodas, bautizos y comuniones –como se dice aquí en Cehegín–, y en alguna otra ocasión, no era muy asidua. Tenía a Dios en mi corazón pero, como suele pasar, solamente acudía a él cuando lo necesitaba. Pero pensé que necesitaba algo en mi vida que no sabía lo que era y empecé a acercarme más a la Iglesia. Ahí me di cuenta de lo necesario que es ayudar. Hay muy pocas vocaciones al sacerdocio y los laicos tenemos que ayudar en la medida de nuestras posibilidades; porque si no esto se acaba y, si se acaba, estamos perdidos. Es importante para que el párroco tenga ayuda y para que otros laicos vean que no pasa nada por ir a la Iglesia y ayudar. Hay que dar tiempo de tu vida y de tu comodidad, pero a cambio de mucho, porque luego recibes muchísimo más de lo que das.
De los servicios que hago, el que es un poco más especial para mí es el de ser miembro de la hermandad, lo vivo con muchísima alegría. Interiormente, para mí ha sido un antes y un después. Estar más en contacto con la Virgen, subir al camarín, tener que limpiarlo… trabajar para ella es lo mejor que me ha pasado en la vida.
Antes de ser miembro de la hermandad yo iba a mis misas y después me marchaba, no participaba en nada más. Conocía a Tomás, el presidente de la hermandad, porque era profesor de mi hijo. Un día que olvidó en casa unos ejercicios del instituto, mi hijo me mandó un audio y me pidió que se los llevara en el recreo. Fui y, de camino, como el Convento de San Esteban, donde está la Virgen de las Maravillas, está en ese mismo edificio y estaba abierto, entré a hablar con el Señor y le pregunté lo mismo de siempre: «¿Qué es lo que necesitas de mí? Dime lo que te gustaría que yo hiciera». Me despedí de la Virgen y del Señor, fui al instituto y, cuando entré, vino Tomás y me propuso tomar un café. Era para comentarme que necesitaba formar a más miembros, porque se habían producido algunas bajas en la hermandad y había pensado en mí. Después de pensarlo le dije que sí y a los días me di cuenta de cómo el Señor va hilando para que estemos en el sitio y en el momento adecuados. Lo último que yo me esperaba es que él quisiera contar conmigo para ser vocal de la hermandad, soy una persona muy sencilla y nunca se me había pasado por la cabeza; pero cerré los ojos y dije: que sea lo que Dios quiera. Para mí, ayudar en la hermandad es vivir la fe de otra manera, mucho más cercana y satisfactoria, porque aparte de trabajar para la Virgen, trabajas también para la gente; y todos mis compañeros, cada uno en su forma de ser y de actuar, me enseñan muchas cosas.
Y la fe me ayuda a sobrellevar mi día a día. Para quien no tiene fe, su vida tiene que ser muy dura, porque si no tienes esa convicción de que el Señor está contigo, ¡madre mía! Además, conforme más te acercas al Señor y más lees su Palabra, cuanto más escuchas al sacerdote, te das cuenta de que estás en el camino y el Señor hace que veas a las personas con otros ojos, con los ojos del corazón.