Andrea Isabel Guillamón Carrasco, de Abarán, pertenece a la Parroquia San Pablo de esta localidad, donde colabora en el coro y también como catequista.
«¡No tengáis miedo de mirarle a Él!», esta frase de san Juan Pablo II ha marcado mi vida. Desde siempre he participado en la parroquia, poniendo los talentos al servicio, y fue en mi juventud, con dieciséis años, cuando comencé la catequesis de Confirmación donde nos propusieron formar un coro para las misas de jóvenes. No había miedo al sí y sin dudarlo comenzamos, con más ilusión que talento, pero hasta en esos inicios estaba Dios. Con el tiempo nos lanzamos a preparar vigilias de oración y, desde hace dos años, horas santas estilo Hakuna. ¡Cuántas vidas derramadas ante Cristo, cuántas historias y pequeños milagros cotidianos hemos visto de rodillas ante la Custodia!
En los talentos que tenemos debemos ver también nuestras imperfecciones, esas imperfecciones que nos hacen recordar que somos hijos necesitados de un Padre. Si mi talento es la voz, a pesar de que las personas me dicen que es melodiosa y que les ayuda a adentrarse en la oración, hay un defecto en ella y es mi amétrica, es decir, no sé iniciar la canción si alguien no me marca el momento en el que tengo que comenzar. Entre risas siempre digo que es porque soy una artista, pero la realidad es que, gracias a ese defecto, necesito siempre de alguien más para que todo suene bien, y eso me recuerda que solos no podemos nada y que cuando dos o más se reúnen en su nombre, Cristo se hace presente.
No es solo en la música donde me encuentro con Dios, también en las catequesis. Cuántos jóvenes he conocido en mis veintitrés años como catequista de Confirmación… He de decir que se recoge siempre fruto cuando se siembra como nos pide el Señor, sin tacañería, cuando esparces la semilla en abundancia, y son esos jóvenes de los que no esperas nada los que más te sorprenden y los que te llevan a encontrarte con Cristo. Llevo casada desde hace ocho años y no he tenido hijos, algunas veces me ha hecho plantearme el porqué. «Yo te haré fecunda sobremanera: sacaré pueblos de ti» (Gn 17, 5), es la respuesta de Dios; y sin dar a luz, tengo hijos por los que cada día doy gracias por formar parte de su vida.
Desde hace menos de un año nos adentramos en un nuevo reto mi marido y yo: animados por nuestro párroco comenzamos a preparar los cursillos prematrimoniales de la parroquia. No sabíamos cómo resultaría la primera vez. Si esas parejas estaban nerviosas por los temas a tratar, nosotros dos lo estábamos todavía más; pues debíamos transmitir a jóvenes que van a iniciar una vida en común que han de dejar a un lado su propio yo para darse al otro, que el amor matrimonial es mucho más que pasión humana; es el reflejo del amor de Dios, es acrisolarnos para que como los metales preciosos adquiramos valor: el valor de ser hijos de Dios.
Estoy agradecida a Dios por la fe, que ha guiado cada paso de mi vida, fortaleciendo mi espíritu y dándome consuelo en los momentos difíciles. Gracias a Él, construimos cada día un matrimonio lleno de amor, comprensión y apoyo mutuo, que es un verdadero regalo. La música ha sido una pasión que me ha permitido expresar mis sentimientos y conectar con otros, pues eso es el Grupo Saulo, una familia. Estoy agradecida por todas estas bendiciones, que me ayudan a seguir adelante con gratitud y confianza en el plan de Dios. ¡Gracias, Dios mío, porque me has creado!