Bombardeos, muerte, destrucción, corrupción… palabras que llenan titulares en los medios que nos hablan de maldad, de odio. Pero no son acciones y comportamientos que nos queden lejanos: el de arriba que siempre intenta aprovecharse del que está por debajo; la extraña habilidad que hemos perfeccionado de mirar hacia otro lado, de esperar a que sea otro el que llegue para solucionar los problemas; el engordar nuestro ego a costa de la dignidad de los demás… Pilatos se lavó las manos, convirtiéndose en cómplice, ¿de cuántas maldades somos cómplices cada día cuando no actuamos?
Y en medio de tanto dolor e incertidumbre diaria el «Amor de los amores» se pasea este domingo por nuestras calles. Sé que puede parecer una expresión cursi, pero a mí me resulta tremendamente hermosa. Muchas mañanas, de camino al trabajo, adelanto a una señora mayor por la calle San Nicolás. Superará los 80 años, camina con algo de dificultad. Va a la capilla de Adoración Perpetua. Lo sé porque la he encontrado allí otras mañanas. Ninguna persona es así de constante a pesar de las dificultades si no está enamorada de verdad.
Recuerdo las ganas que tenía de recibirle por primera vez aquel 4 de junio; cómo me abrumó adorarle de rodillas en aquella hora santa de enfermos en mi primera peregrinación a Lourdes (donde estará este fin de semana nuestra Hospitalidad); cómo su sola presencia consigue disminuir los latidos de mi corazón; cómo me dolió no poder recibirle durante los días en los que la pandemia nos mantuvo confinados; y cómo, al igual que en aquella barca, consiguió calmar la tempestad en Cuatro Vientos.
El Señor de cielo y tierra, el Amor con mayúsculas, sale este domingo a nuestro encuentro, vayamos a adorarle.