El dios Baco en el Corpus de Murcia

No es extraño que fuera bajo el reinado de Felipe IV, cuando las fiestas del Corpus adquirieron la mayor pompa vista nunca. La consolidada Contrarreforma y el reinado del más humanista de los monarcas hispánicos eran una coctelera perfecta. Tanto, que en aquel Siglo de Oro, ya no para las artes sino para el ser del hombre, el saber y el conocimiento rozaron las cotas más altas para el intelecto y el espíritu. Aquellas fiestas del Corpus de Murcia, con toda la carrera entoldada y repleta de suntuosos altares, antiguos tapices, reposteros con blasones, carros triunfales que en nada envidiaban a los de la ciudad de Cusco, gigantes y tarascas, conformaban todos los ingredientes de la fiesta más importante del año, en las que el Concejo podía llegar a gastarse casi 30.000 reales.

Destacó en aquel año 1637 un altar muy espectacular, con el que la necedad contemporánea habría puesto el grito en el cielo. En el cantón de San Cristóbal (cuatro esquinas de Murcia), un altar poblado de murtas y jaulas de pájaros que trinaban al paso de la procesión, destacó por contar con una gran fuente en el centro que manaba agua, y sobre aquella fuente, como soberano de aquellas aguas claras, el dios Baco. Una lección de humanismo, tratadística y verdadera comprensión de los pilares católicos cimentados sobre la cultura clásica, en el que todo paralelismo entre la deidad pagana del vino y el Señor cuya sangre proviene del fruto de la vid como auténtica bebida, no eran mera casualidad, sino fruto de una intelectualidad, por desgracia, hoy incomprensible.

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