«Ya no muere más»

Con Pentecostés llegamos al final del tiempo pascual y, poco a poco, retomamos la vida de siempre: las tareas en la parroquia, la liturgia del tiempo ordinario y la fe vivida en lo cotidiano. Pero algo dentro de nosotros debería haber cambiado. San Pablo nos lo recuerda con fuerza: Jesús, una vez resucitado, «ya no muere más». No es solo una verdad de fe: es una clave para entender cómo vivir.

La resurrección no es un recuerdo anual, sino una realidad viva que nos alcanza, nos transforma y nos compromete. Desde la teología moral, esto significa que vivir como cristianos es vivir resucitados: con una esperanza nueva, sabiendo que el pecado, la desesperanza o la indiferencia ya no tienen la última palabra en nosotros.

A veces, tras el gozo pascual, volvemos a una rutina sin novedad, como si nada hubiera pasado. Pero si Cristo vive en nosotros, nuestras decisiones, nuestras relaciones, incluso nuestras luchas, deben hablar de esa vida nueva.

No se trata de no tener problemas, sino de vivir desde otra lógica: la del amor que vence al mal, la esperanza que resiste, el bien que no se rinde, la vida sobre la muerte.

Ser cristianos no es solo «ser buena gente», sino responder a la gracia recibida, buscando la santidad. Cristo ha vencido a la muerte y eso nos hace libres para el bien. Como los judíos ofrecían a Dios los frutos de su cosecha en Pentecostés, hoy nosotros ofrecemos el fruto de esta Pascua: lo que ha cambiado en nuestro corazón, incluso el pecado que a veces sale de dentro. Esta es la ofrenda que a Dios agrada.

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