«Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29). Si pensamos en un ejemplo de humildad profunda ¿en quién podemos pensar? La respuesta es muy clara: en Jesucristo. ¿Existe acaso una persona más humilde? Pues Él siendo un Dios todopoderoso, omnipresente, etc., fue capaz de despojarse de todo y pasar por uno de tantos, es decir, se convirtió en un ser humano más. Un hombre capaz de llorar, reír, alegrarse, bailar, sufrir, sentir la humillación, el dolor… Un Dios que hoy en cada rincón del planeta se sigue abajando, haciéndose sencillo y accesible, tan frágil como un trozo de pan, para que de esa manera tan cercana y sencilla pueda llegar a lo más profundo de nuestro ser. ¡Qué ejemplo de profunda humildad! La de un Dios que lo es todo y se hace casi nada para que seamos capaces de comérnoslo, dándonos la capacidad de poder convertirnos, cada vez más, en semejanza suya, en verdaderos discípulos de Jesús, en la mejor versión de nosotros mismos. O dicho en palabras de san Pablo, ser nuevas criaturas en Cristo (2Co 5, 17). Por eso es preciso caminar en la humildad para poder llegar a la santidad, a la cual nos invita Jesús cuando nos dice «sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48). La humildad es el primer paso para poder alcanzar la santidad. Dicho de otra forma, si no soy capaz de reconocerme necesitado de Dios y agradecido por aquel que me ha dado la vida, no puedo dejarme ayudar, acompañar y perfeccionar por Él, pues el enfermo no siente necesidad de cura, si no reconoce que lo está. ¿Cómo crees que puedes crecer en la humildad?