Hace un tiempo leía una noticia sobre el besapié al Cristo de Medinaceli en Madrid. Hice lo que nadie en su sano juicio debería hacer: leer los comentarios de la noticia. Os dejo algunos de ellos: «No puedo creer que en pleno siglo XXI sigamos con esas», «un muñeco de yeso en un país laico», «¿estamos en 1950?»…
La ignorancia de esta generación acomodada hace estragos. No saben ni qué es una imagen de culto ni qué es un besapié. No saben que dar un beso es una señal de respeto que ya usaba el mismísimo Alejandro Magno. Desconocen que por eso mismo antiguamente se besaba el borde del manto a los emperadores o la mano a las damas cuando la ahora perseguida caballerosidad tenía aún vigencia. Se trata de un signo de admiración profunda. ¿Cómo pues, ante Dios no se iba a plantar un beso? Las imágenes de culto no se adoran, algo que solo reservamos los cristianos a Dios.
Las imágenes se veneran: la escultura deja de convertirse en un trozo de madera para convertirse en una imagen, es decir, cobra su valor en aquello que representa. Lo dice el Concilio II de Nicea: «El honor tributado a una imagen divina va dirigido a quien está representado en ella». ¿Acaso no es lo mismo que llevar la foto de un ser querido en la cartera y esbozar una sonrisa o derramar una lágrima cuando lo miramos? No reaccionamos ante un trozo de papel, sino ante quien aparece reflejado en él. El conocimiento de nuestra realidad es cada día más necesario para evitar el avance de esta ignorancia estructural que pretende de forma estúpida acabar con más de 2.000 años de historia en nombre de una modernidad que acabará pasando de moda.