El otro día en clase un buen estudiante, de esos inquietos, reflexivos, al que le gusta aprender de la vida, como él dice, me preguntó por qué a los de mi generación nos llaman milenial. Le dije que la RAE tiene la palabra en el Observatorio Lingüístico para incluirla y que la definirá como «aquella persona nacida en las dos últimas décadas del siglo XX». Pero no se conformó con esta escueta respuesta, sino que insistió en preguntarme por nuestras características generacionales.
Bien es cierto que no es fácil definir una generación, y mucho menos cuando se trata de la tuya, a la que aprecias y miras con ternura, quizá sea cosa del amor propio y del compañerismo al que nos han educado. No sé muy bien qué diría un sociólogo de esto. No obstante, sí tengo claro que los de mi generación fuimos capaces de adaptarnos a los nuevos sistemas de comunicación entre iguales con discreción, recelo y mucha disciplina. Y en este sentido me pregunto, varias veces al día, en qué momento los jóvenes o generación Z se han parado a pensar en lo rápido, vertiginoso y peligroso que han recorrido el camino de las redes sociales en la actualidad.
El muchacho, que no suele quedarse callado, me miró fijamente y soltó: «Profe, deduzco que habrá una generación peor que la mía, la siguiente». Nos dejó a todos pensando, mi mente se fue al Evangelio del día: «Esta generación es una generación perversa». Y pensé cuán viva está la Palabra de Dios, que persiste de generación en generación.