Cementerio silencioso

Para muchas personas, el mar es sinónimo de descanso, vacaciones, belleza. Pero para otras, es la última frontera en busca de esperanza. Cada año, miles de personas migrantes arriesgan su vida cruzando el mar, «nuestro mar Mediterráneo». Muchas no llegan. Se ahogan en el intento y sus cuerpos, cuando aparecen, a menudo no tienen nombre. Se convierten en cifras, en datos que se diluyen en las noticias. Mientras el mar está convirtiéndose en un cementerio de personas. Es necesario devolverles el nombre. No son solo «otros», son personas, hijas e hijos de Dios. León XIV, en sus primeras palabras nos recordaba: «Dios nos ama a todos incondicionalmente». Cada persona tiene una historia, una familia, unos sueños. Detrás de cada número hay una vida truncada por la injusticia, la desesperación, la falta de oportunidades.

El Papa Francisco, en su visita en 2013 a Lampedusa, ponía el foco en las personas migrantes y nos recordaba: «Caín, ¿dónde está tu hermano?». Desde una mirada cristiana, no podemos permanecer indiferentes. Nuestro compromiso con el Evangelio nos invita a acoger, a llorar con quienes lloran, a alzar la voz ante tanto dolor ignorado. Podemos exigir políticas migratorias más humanas, y promover espacios de acogida y sensibilización en nuestras comunidades, localizar dónde se entierra a los fallecidos e ir a rezar por ellos y sus familias, porque ¿cuándo sabrán que han muerto sus hijos, hermanos, padres…? ¿Juzgo las historias de las personas migrantes sin conocerlas? ¿Hacemos alguna actividad en la parroquia con personas migrantes de distintas religiones? ¿Rezas para que el mar vuelva a ser un lugar de encuentro y no un cementerio silencioso?

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