No sé si vosotros, queridos amigos, habéis hecho esta reflexión, pero a mí me parece alucinante que cada vez celebremos más cosas: que si el día del beso, el día del abrazo; el día del niño, de la madre, del padre, de los abuelos… y así un sinfín de días.
Esto me hacía pensar en la necesidad que tenemos las personas de dar importancia a las cosas, en la necesidad que tenemos de reconocimiento, de sentirnos importantes.
Y esto, a su vez, me hacía plantearme: ¿será porque estamos muy vacíos y necesitamos tener siempre excusas para hacer fiesta?
Los cristianos hace ya más de 2.000 años que celebramos todas las semanas el día del Señor, que como todos sabéis es el domingo.
La cuestión está en que el día del Señor lo dedicamos a muchas cosas (a limpiar, a salir de excursión, a visitar a la familia…) excepto al mismo Señor y, claro, lo único que nos llena y lo único que nos hace sentirnos plenos, aunque muchas veces no estemos convencidos, es el Señor.
Por eso, al quitarle el protagonismo en nuestra vida, sin darnos cuenta, hemos necesitado, poco a poco, llenarnos de otras mil cosas.
Mi consejo es que recuperemos la celebración plena y consciente del día del Señor, que ese día sea verdaderamente para Él, que es el único que verdaderamente se lo merece y así podremos disfrutar de todo y de todos sin necesidad de que sea su día.