Vivir en sus manos

Llegar puntual, estar actualizada en las redes, visitar a las amistades, rezar, cumplir con las tareas laborales y domésticas, cuidar mi salud y mi físico… Todo, nos urge todo. 

En realidad, mi experiencia es que llenamos nuestro quehacer en cosas que nos tienen la mente ocupada y a veces solo nos preocupan porque en el fondo no nos satisfacen, no nos llenan, no nos completan, no son lo que nos realiza como personas, solo nos hacen ser competitivos, capaces y diestros en diversas áreas que están estipuladas en esta sociedad y nos hacen quedar bien superficialmente. ¿Cuándo leemos por gusto; cuándo caminamos para contemplar y respirar; cuándo conversamos por acompañar y compartir; cuándo trabajamos para realizarnos y no solo para cobrar; cuándo me aprovecho de las redes sociales para evangelizar? En fin, vivir plenamente ya que la vida es corta y el infierno eterno. 

Esta Navidad hemos vivido en la familia incertidumbre, dolor, desasosiego, desencuentros, enfados, ilusiones, tristezas, llantos, gritos, desconsuelo y, aunque parezca contradictorio, paz, mucha paz que nos trasmitía mi madre día a día desde que ingresó por un infarto muy grave. Ella no ha perdido la esperanza y se ha estado preparando para la despedida, ha sido nuestro ejemplo y pegamento, resorte, sostén en estas semanas tan familiares de hogar que han transcurrido en el hospital. Acompañándola hemos aprendido que el momento presente es valioso para quien está y confía en la voluntad de Dios (cf. Sal 31). 

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