La impaciencia de Job, así se titulaba el primer libro que leí de la BAC. Tenía 17 años y corría el año 1977, fue en COU, en Historia de la Filosofía, cuando el profesor pidió que leyéramos un ensayo y elegí este libro de José María Cabodevilla.
Me quedó claro que Job era un hombre justo y creyente, que aceptó los sufrimientos que le sobrevenían, pero que no era para nada un hombre paciente y que nunca se resignó ante el sufrimiento, y que aquello de «la paciencia de Job» era un lugar común que había que entender justamente. Job, para este sacerdote escritor, se resistía a la desgracia con una esperanza que indaga a Dios en el misterio del mismo Dios.
Luego aprendí que este libro bíblico era una especie de auto sacramental, aunque la obra podría recoger la experiencia de alguien que existió verdaderamente, un hombre piadoso a quien visitó la desgracia y el dolor, y ese sufrir le llevó, paradójicamente, a conocer internamente el verdadero rostro de Dios.
Con el paso de los años, conformé mi experiencia vital a la de este sabio, ya místico. Vuelvo a menudo a orar con sus últimos capítulos, del 38 al 42. El valor de este comentario a Job –publicado en 1967– en palabras de su autor, es que Job destaca «por su coraje insolente» y por «una ruda impaciencia por obtener de Dios contestación». «¿Por qué no he de impacientarme?» (Job 21, 4). En tres años se hicieron 30.000 copias de este libro y pronto se agotó.
Este Chesterton español nos dejó hace 22 años y quizá sea el momento de volverlo a publicar.