Esclavos

Conozco a mucha gente que ha dejado de fumar como propósito de año nuevo, que se ha puesto a dieta, que se ha apuntado al gimnasio y hasta hay personas que, para empezar el año con buen pie, se hacen veganas. En fin, todos intentan huir de ese vicio, cambiar un hábito que no les gusta o, incluso, se transforman porque dicen que no son felices con su presente. 

Se produce una batalla a campo abierto entre la beligerante voluntad de cambio y el maligno hábito autómata que está sordo y no escucha los convincentes argumentos de la jueza razón. Y el ser humano se encuentra en medio de esa lucha, tambaleándose, sometiéndose rigurosamente a un deber, pasión, defecto o vicio, es decir, se hace esclavo. Uno se puede convertir en esclavo de circunstancias y situaciones, casi sin darse cuenta. A veces, lo hacemos porque creemos que en cualquier momento puede parar la partida y volver a la posición de inicio, pero cuesta volver a la posición de salida. Y cuesta contemplar el enfrentamiento cuando eres tú el que necesitas salir de ahí.  

No obstante, aunque a veces nos pueda parecer que las guerras son interminables, todos los conflictos bélicos acaban, y ahí quedan el derrotado y el ganador. Si gana el hábito, la desgana, la desesperanza, el vicio… no pierdas el ánimo, siempre puedes volver a empezar. Y si gana la voluntad o tu deseo de cambiar, eres libre, enhorabuena: «Rompamos sus ataduras, desprendámonos de su yugo» (Salmo 2, 3). 

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