Vida

La celebración de la Navidad, la fiesta de los Santos Inocentes y de la Sagrada Familia, o la ilusión de los pequeños en el día de Reyes, me han llevado a no parar de reflexionar últimamente acerca del valor de la vida, especialmente la de los pequeños, y particularmente la de los no nacidos.  

Pero esto no es algo sin motivo. Como telón de fondo, encuentro, en primer lugar, las pretensiones de «blindar» en la Constitución española el derecho de las mujeres a abortar libremente. También resuena una conversación que tenía hace algún tiempo con un sanitario, sobre el ingente número de mujeres que cada día van a una consulta a pedir que se les practique un aborto. Por último, reconozco que vivir puerta con puerta junto a un centro de «salud sexual y reproductiva» es lo que más conmueve mis entrañas. Sin palabras, contemplo el rostro de tantos que cada día pasan por mi puerta.  

En 2023, fueron en España 103.097 los niños no nacidos, de ellos, 3.682 en nuestra Región; frente a los 12.860 nacimientos. La proporción está cercana a un aborto por cada tres nacimientos.  

Podría pensar que esto me aterroriza simplemente por ser cristiano, o quizá por ser sacerdote y haber tenido hermosas experiencias, junto a hombres y mujeres de toda índole, de gozo o sufrimiento. También pensaría que es por haber profundizado en la Teología Moral y la Bioética.  

Pero no. Va más allá. Es el don de la vida recibido de Dios lo que mueve mi corazón y mi conciencia a luchar por la vida de todos. Y quien no lo haga no está a la altura de tan gran regalo.

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