Nazaret

Superadas la frustración de la lotería, las difíciles digestiones, los fuegos artificiales de fin de año y las expectativas de la noche de Reyes, nos disponemos a empezar 2025 con propósitos parecidísimos a los de 2024. Y viene enero con su cuesta sabiendo que la de febrero es peor. Nada nuevo bajo el sol. 

Vuelve la monotonía de las faenas cotidianas, maldita mil veces. Vuelve el tedio de ver pasar los días estudiando las mismas materias áridas, dando clase a los mismos alumnos desinteresados, soportando a los mismos compañeros, maldiciendo al jefe exigente o a los empleados gandules. Nada nuevo bajo el sol. 

Jesús vivió oculto la mayor parte de su vida. Fue un donnadie, vivió en una aldea despreciada que no salía en los mapas, su casa fue tan pobre como la de los demás y su trabajo parecidísimo al de cualquier otro. Y no fue por azar, sino que eligió «actuar como un hombre cualquiera y pasar por uno de tantos». 

Escribe Margarita Saldaña en Rutina habitada, vida oculta de Jesús y cotidianidad creyente que «la suprema revelación acontece dentro del ocultamiento más hondo». 

Pido al Padre la gracia de amar mi sencillez, mi limitación, mi insignificancia para que me aproxime a la humildad nazarena. Ella hará posible ver las cosas ordinarias con una mirada extraordinaria, disfrutar la cotidiana esencialidad del presente –el único tiempo real–, y desde el presente agradecer al Padre la sorprendente singularidad de cada criatura, incluida la que aparece cada mañana al otro lado del espejo.

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