Una transformación radical
III domingo de AdvientoLo que se nos pide en este tercer domingo de Adviento es una conversión radical, así nos lo anuncia Isaías, porque es posible que la estepa florezca y que el desierto dé frutos abundantes. La razón la dice el profeta con claridad: porque viene el Señor en persona a salvarnos. Nos anuncia acontecimientos de alegre esperanza, lo que parece imposible para cualquiera de nosotros, podremos ver con nuestros ojos cómo Dios lo hace posible: se despegarán los ojos del ciego, los sordos podrán oír, los cojos brincarán y la lengua del mudo cantará. Entre los motivos de esperanza y de júbilo que narra Isaías, destacan especialmente el gozo y la alegría que caracterizarán a los liberados del Señor, ese es el regalo más hermoso de Dios. La venida del Señor es un acontecimiento tan grande que nos supera, que nos vuelve a rejuvenecer en un estilo de vida nuevo. Estando cerca de Dios tenemos la seguridad de la salvación y de la vida.
El tiempo de Adviento se caracteriza por la espera de la luz del Señor, es el mensaje de los discípulos de Jesús siempre, que mantengamos una vigilante espera de Jesús y que esta sea seria, de verdad, en la firmeza de la fe. El apóstol Santiago explica la espera confiada con un ejemplo, el del agricultor, que después de haber esparcido la semilla sabe esperar, porque tiene la certeza de que la semilla dará su fruto. Así debemos estar los cristianos en este tiempo, en una espera confiada, pero con la alegría de saber que Dios no engaña, que cumple su palabra. Esta es la razón que animaba a san Pablo cuando exhortaba a los Filipenses para que no se apartasen de esta sabiduría: como cristianos que sois, “estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” (Flp 4,4). Su propia experiencia lo dice todo: “nos recomendamos en todo como ministros de Dios: con mucha constancia en tribulaciones, necesidades, angustias; en azotes, cárceles, sediciones; en fatigas, desvelos, ayunos (…) tenidos por impostores, siendo veraces; como desconocidos, aunque bien conocidos; como moribundos, pero vivos; (…) como tristes, pero siempre alegres” (Cor 6, 1-10). ¡Dios quiere que saltes de gozo, porque no eres una criatura sin nombre, tu Padre Dios te ha puesto un precioso nombre, te ha llamado: “hijo mío”! Si confías en el Señor puedes esperar bienes de Él, el gozo eterno y la misericordia.
Después de escuchar la Palabra nos queda en el interior una confianza especial, porque nos sentimos amados por Dios. Este es nuestro gozo y nuestra fuerza, ¿Cómo va a estar triste una persona que se sabe amada? ¿Cómo será eso si sabe que Dios llena todos sus vacíos, le perdona los pecados y le empuja con entusiasmo y decisión hacia un camino nuevamente seguro y alegre?
En el Evangelio de esta semana se puede ver cómo el Señor Jesús es quien nos da verdaderas señales de su presencia entre nosotros: cura nuestras enfermedades, resucita a los muertos, restaura nuestros sentidos y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Esta señal es tan evidente, que la recuerda el papa Francisco en Evangelii Gaudium, 48: “La evangelización dirigida gratuitamente a los pobres es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos”.
Feliz domingo de Adviento.
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