

Si no tengo amor, no soy nada
V domingo de PascuaDice el Evangelio que era de noche cuando salió Judas para consumar la traición contra el Maestro. Es una narración breve, llena de sentido, pero cargada de sentimiento. Jesús estaba viviendo cada instante con la fortaleza del Espíritu para hacer la voluntad del Padre y sabe lo que le espera en Getsemaní, en el huerto de los olivos: confianza, entrega, hacer la voluntad del Padre y, al mismo tiempo, la soledad, estar envuelto en las tinieblas… A pesar de las especiales horas que está pasando el Señor, no deja de animar a sus discípulos y les anuncia la glorificación del Hijo del Hombre, que confíen, porque Dios siempre triunfa, incluso en medio del suplicio de la cruz. El momento es especial, sus amigos se van a quedar a merced del dolor, del sufrimiento, de la duda y del escándalo.
Es en este momento de tanta angustia, cuando el Señor abre la puerta a la esperanza, es ahora cuando el Señor Jesús les regala un tesoro: el mandamiento del amor recíproco. Sí, este es el dato diferencial para identificar a los discípulos, que se les conocerá por el amor y se asombrará todo el mundo por esta realidad: ¡Mirad cómo se aman! Cuando los discípulos vivan este mandamiento estarán en comunión con el Señor y nada podrá arrancarlos de su mano. Este enorme regalo nos autoriza a no dudar nunca, a dejar de tener miedo. Es Jesús el que va por delante, dando ejemplo, entregando su vida por amor. En medio de unas circunstancias de sufrimiento, podemos afirmar algo sorprendente: que nadie le puede a Dios, porque lo que sobresale es su gloria, su grandeza, que el poder de Dios nos rescata hasta de lo más hondo de nuestras miserias y nos hace partícipes de su gloria.
Estamos en condiciones de conocer las consecuencias de seguir a Jesús, con su oferta del mandamiento del amor, o de olvidarnos de todo e ir a nuestro aire. Veamos qué ha sido de Judas, que se metió en un camino de soledad, oscuridad, tinieblas y muerte, que abandona a todos, también a Dios, y los deja a su suerte, sin mirar atrás, ni siquiera por piedad. La puerta por donde sale no le conducirá a la libertad, sino a la traición. Mientras, Jesús, lleno de misericordia, afronta la realidad y le da la cara al sufrimiento, abriendo para el resto de los discípulos el arca del tesoro: «El amor es vuestra fuerza, el amor es vuestra identidad. Debéis amar siempre, sin otra medida que esta, como yo os he amado».
La Pascua es un tiempo especial, un tiempo de respuestas, de diálogo con Dios en el gozo y la alegría por el triunfo de Jesús. Hemos aprendido de Jesús que el que ama, no elige al prójimo, simplemente se acerca a quien lo necesita, se hace cercano, se pone a disposición y el otro entiende que puede contar con él. El amor, dice el Papa Francisco, «debe llevarnos a la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos… Salir de uno mismo para unirse a los otros hace bien. Encerrarse en sí mismo es probar el amargo veneno de la inmanencia, y la humanidad saldrá perdiendo con cada opción egoísta que hagamos» (EG 87).
Acercaos al altar del Señor estos días con confianza, y decid: «Jesús, confío en ti».
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