

El prójimo también es responsabilidad tuya
XXIV domingo del Tiempo OrdinarioAl comienzo de este nuevo año pastoral, después del merecido descanso estival, nos ponemos en camino tras las huellas de Jesucristo, como la aventura más apasionante que vivimos por la necesidad que tenemos de encontrarle, tratarle, confiar en Él y amarle. En el Evangelio de esta semana hemos podido comprobar, una vez más, hasta dónde llega el empeño de Dios y cómo no quiere otra cosa para cada uno de nosotros que la Salvación, su misericordia hace visible el amor que nos tiene y lo manifiesta así, ofreciéndole al pecador que se convierta y se salve. Dios busca siempre nuestro bien, por eso nos corrige cuando lo necesitamos, para que podamos cambiar de ruta, para que podamos convertirnos. Esto nos anima y nos ayuda a confiar y a no temer nada, porque Él va delante, lleva la iniciativa siempre y nos conoce hasta lo más hondo de nuestro ser.
Ojalá nos conceda el Señor la sabiduría para saber escucharle en nuestro tiempo, la gracia de estar atentos y que nuestro corazón sienta su presencia como lo sintieron los discípulos y tantos hombres y mujeres que nos han precedido en la Iglesia. Hoy, más que nunca, debemos abrir las puertas de nuestro ser a la gracia y estar vigilantes para escuchar la voz del Señor que nos llama a la caridad. Esto mismo nos lo pide el salmo responsorial, “ojalá escuchéis hoy su voz”. Estar cerca de Dios nos obliga a vigilar para permanecer en la fidelidad, para no ser indiferentes ante las necesidades de los hermanos. Este peligro de la indiferencia ya nos lo advirtió el Papa Francisco en voz alta y espero que sepamos superar esta tentación del olvido de los otros, especialmente de los más débiles y marginados. Para vigilar auténticamente es muy importante ser conscientes, tanto de la profundidad como de la debilidad del alma, conocer nuestros límites para mejorar y responder con el corazón de Dios. El Señor es la Roca que nos salva, somos el rebaño que Él guía y sólo en Él está garantizada nuestra vida. Abramos los ojos y estemos atentos para no desviarnos del camino de la santidad y ayudemos a los hermanos a que escuchen y se conviertan. ¿Quién de nosotros puede poner una mano en el fuego por la propia seguridad, o por la propia salvación? San Pablo dice: “Quien está de pie, tenga cuidado, no sea que caiga”.
La oración nos acerca a Jesucristo en la Eucaristía, Él se nos da en este sacramento como un don, como un regalo. Ahora entendemos mejor la sabiduría de Santa Teresa de Ávila cuando nos pedía anhelar a Cristo, porque “quien tiene a Dios nada le falta, sólo Dios basta”. Este domingo será una bella oportunidad para invocar a Nuestro Señor en la oración y que nos conceda poseer una gran profundidad en nuestra vida para poder tener conciencia de nuestras debilidades, y, sobre todo, nos conceda un gran anhelo de vivir a su lado, porque si algún día en ese camino de conversión del corazón, por ligereza o por superficialidad, caemos, si tenemos el anhelo de amar a Dios, tenemos la certeza de que tarde o temprano, de una forma u otra, acabaremos amando. Dios, que es amor nos facilita el camino. San Pablo insiste en esto, acabamos de escucharlo en la segunda lectura, “a nadie le debáis nada, más que amor, porque el que ama tiene cumplido el resto de la ley”. Que Dios os bendiga. Feliz domingo.
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