Misericordia
XXIV domingo del Tiempo OrdinarioEn la liturgia de este domingo escuchamos todo el capítulo 15 del Evangelio de san Lucas, que contiene las tres parábolas de la misericordia: la oveja perdida, la dracma perdida y el hijo pródigo. En primer lugar, conviene tener calma para escuchar y no precipitarnos en decir que ese evangelio ya lo conozco, para pasar página. Con calma, escuchar con calma, la parábola no es solo la historia de una reconciliación entre padre e hijo y todos sabemos cuán vital es una reconciliación tal para la felicidad de padres e hijos. En estas parábolas lo que sobresale es la enorme grandeza del amor de Dios, que en la Sagrada Escritura se llama la misericordia de Dios, que llama la atención precisamente en aquellos que se alejaron de Él, la oveja perdida, el hijo pródigo… o puede ser tu mismo caso, todas las veces que te has alejado. Dios siempre nos deja en libertad y me imagino que todos conocemos esta experiencia; el Señor nos deja hacer, no interviene, pero está activo y vigilante, porque, siempre es posible que recapacitemos y decidamos volver. Este es el primer paso de la conversión, reconocer que he pecado. Entonces es cuando yo mismo me doy cuenta de que Dios no está lejos, porque me ha estado esperando y ha salido rápido a mi encuentro con su gracia, para restablecer amorosamente mi dignidad y colmarme con toda suerte de dones. No escucha mis excusas, ya no importan, son historia pasada, ahora es tiempo de alegría de celebrar en el banquete de la Eucaristía el retorno del hijo.
Jesús es el salvador de los pecadores, que enseña a valorar el regalo de la alegría del perdón, la recuperación de la dignidad humana, en la que el Dios creador y el hombre hijo de Dios se reencuentran en una misma alegría. Este es el amor de entrega de Jesús, que lo hace vida hoy para ti, su amor es capaz de llegar hasta la cruz. Esta es la razón por la que Jesús sale al encuentro de la oveja perdida, de la que le resulta imposible volver sola, pero necesita ayuda. Allí se encuentra a Jesús que va a su rescate. Ahí está el testimonio del mismo san Pablo, que se presenta a Timoteo como testigo de la compasión, de la misericordia y del perdón de Dios, experimentados en carne propia: «Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero».
Jesús en el Evangelio nos enseña a asumir el verdadero amor del que sale al encuentro del otro, que no margina, que se entrega, que te da tiempo, que sabe esperar y cuidar. De Jesús hemos de aprender todos los días, porque perdemos el tiempo si no amamos y servimos a los demás como nos enseña el Señor, hasta dar la vida. En la cruz encontraremos siempre al Señor, con aquellos con quienes Él se identifica, con los pobres, los marginados y necesitados de la tierra. No tenemos otro modelo más grande y hermoso que el de Cristo.
El perdón, el amor, la alegría son los componentes de la Palabra que hoy celebramos y que nos debemos obligar, como cristianos, a vivir y festejar.
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