

Las imágenes de la sal y de la luz
V domingo del Tiempo OrdinarioLas tres lecturas de este domingo son un verdadero regalo para toda la familia cristiana, porque están tan enlazadas entre sí, que no podemos pensar nada más que en una dirección hacia Dios y todo el complejo, enrevesado y enredado mundo que nos rodea se va deshaciendo como el azúcar en el agua, se nos despejan solos los nubarrones de las preguntas sin respuestas, porque comienzas a ver con más claridad y con sencillez. En el Evangelio se nos habla con imágenes conocidas, la sal y la luz, que tienen sentido, pero unidas estas imágenes a lo que escuchamos en la primera lectura y, después, a lo que nos dice San Pablo, la claridad es vertiginosa. La metáfora de la sal la entendemos como una llamada a la necesidad de ser auténticos siempre y en todas las ocasiones, ser lo que somos de verdad y no cambiar a causa de otros intereses o influencias perversas, perdiendo nuestra esencia… El que hace esto pierde su sabor, es insípido y, como la sal, y si has perdido tu esencia, ¿para qué vales? No haces falta.
Para la metáfora de la luz, nos apoyamos en el texto de Isaías para entenderla mejor: “Comparte tu pan con el hambriento, da albergue a los pobres sin techo, proporciona vestido al desnudo y no te desentiendas de tus semejantes. Entonces brillará tu luz como la aurora, tus heridas sanarán…”. Lo que hemos escuchado es que ser luz es vivir en caridad y que ésta sea nuestra esencia. Pero, más aún, no sólo haces el bien a los necesitados, ¡te lo estás haciendo a ti mismo! Porque tu recto proceder te está llevando a Dios. En esto consiste el secreto de ser verdadera sal y verdadera luz, en ser coherente con tu fe, en vivir a tope la adhesión al Evangelio. Ahora sí se entiende mejor lo que nos dice el apóstol Pablo en la segunda lectura, sientes la fuerza que tiene la “locura de la Cruz”. Es que la caridad, la Cruz, el amor, invierten los criterios de la lógica humana. El mismo Pablo reconoce que se presentó ante los corintios “débil, asustado y temblando de miedo”, es evidente que no podría tener ninguna posibilidad de persuasión, a juicio humano estaba en desventaja, pero Pablo desvela su secreto y confiesa que estaba apoyado únicamente en “la fuerza del Espíritu”. Está claro de dónde le viene la fortaleza, le viene sólo de Cristo, y éste crucificado, de Él ha recibido el coraje, la fe.
Se entiende perfectamente que un testigo, un apóstol, pueda decir, mi vida es Cristo, que nos invita a construir nuestra vida con Él sobre un fundamento sólido. Esto nos hace pensar que no debemos andar persiguiendo banalidades, mundos fantásticos y nada reales, que al final resultan decepcionantes; debemos huir de las promesas incumplibles basadas sólo en la adulación del ego, huir de las seguridades que nada aseguran y agarrarnos con fuerza a Cristo, nuestro sentido y fundamento, aunque para ello tengamos que dejar atrás muchas cosas. El Señor nos hará crecer como sal y como luz, en la verdad y en la transparencia, no pasando de largo ante las necesidades de los hermanos. Así que es hora de hacer un alto en el camino, buscar siempre con fuerza a Jesús, encontrarle, tratarle, confiar en Él y amarle. No hay que temer nada, la iniciativa la lleva siempre Dios, que ofrece mil formas para entrar hasta lo más hondo de tu ser. Por favor, déjate guiar sólo por la gracia de Dios.
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