

La familia es el regalo más bello de Dios
XXVII domingo del Tiempo OrdinarioEl Papa Francisco nos dice en la Exhortación Apostólica postsinodal, Amoris Laetitia, que la “alegría del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia”, porque la importancia de este don de Dios es tan grande que la influencia de una familia unida y en armonía es un regalo grande para la sociedad y exige de esta un adecuado reconocimiento y apoyo. Esta es la doctrina que arranca del Concilio y que es sostenida en la vida de la Iglesia y en la sociedad. Las lecturas de este domingo nos hablan de la grandeza del matrimonio, cuyo autor es el mismo Dios –dice el Concilio–, al matrimonio lo ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de suma importancia para la continuación del género humano, para el provecho personal de cada miembro de la familia y su suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y de toda la sociedad humana.
Los cristianos que conocemos el maravilloso proyecto del matrimonio y de la familia, que nace del corazón misericordioso de Dios, tenemos la misión de ser visibilidad de Cristo y visibilidad incluso existencial con responsabilidad para reflejar en nuestra vida a Cristo Resucitado. En el matrimonio y en la familia se puede vivir con generosidad la dimensión del amor, del servicio, la bondad, el apostolado, la ayuda, la solidaridad y la escucha al otro... y todo esto debe hacer presente a Cristo, más en esta época donde existe un manifiesto empeño de arrinconar a Dios lejos de la vida de los hombres. La familia tiene repercusiones sociales y es para la sociedad una buena noticia, dice el Papa Francisco, porque en familia se nos hace capaces de vivir el amor hasta el final superando todas las dificultades. El sucesor de Pedro tiene unas palabras muy hermosas sobre la familia en la Exhortación Apostólica citada, y nos dice que “querer formar una familia es animarse a ser parte del sueño de Dios, es animarse a soñar con él, es animarse a construir con él, es animarse a jugarse con él esta historia de construir un mundo donde nadie se sienta solo” (AL 321). Y esto es ¡una preciosa aventura!
¡Qué bendición sería para esta sociedad si fuéramos capaces de descubrir lo positivo de este regalo de Dios! Descubrir que el matrimonio es una vocación, que como sacramento, conduce a la santificación y a la salvación de los esposos. El Papa insiste de manera fuerte y decidida sobre el hecho de que en la naturaleza misma del amor conyugal está la apertura a Dios, que sostiene nuestra vida, nos defiende en las dificultades y nos ha regalado el don de la familia: «La alegría matrimonial, que puede vivirse aun en medio del dolor, implica aceptar que el matrimonio es una necesaria combinación de gozos y de esfuerzos, de tensiones y de descanso, de sufrimientos y de liberaciones, de satisfacciones y de búsquedas, de molestias y de placeres, siempre en el camino de la amistad, que mueve a los esposos a cuidarse: ‘se prestan mutuamente ayuda y servicio’» (n. 126).
En el horizonte del amor, esencial en la vida del matrimonio y la familia, se destaca la virtud de la ternura. Que el Señor os bendiga y os salve todos los días de vuestra vida.
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