

Jesús ha ascendido a lo más alto del cielo
VII domingo de PascuaCelebramos en esta solemnidad de la Ascensión de Jesús que ha entrado en la intimidad de Dios, se ha sentado a la derecha del Padre. La liturgia nos acerca a este misterio de comunión total con Jesucristo Resucitado y nos enseña que no se ha acabado todo, que el Señor no se ha ido cerrando la puerta para siempre. San Agustín nos lo explica así: «Nuestro Señor Jesucristo ascendió al cielo tal día como hoy; que nuestro corazón ascienda también con Él (…). No se alejó del cielo cuando descendió hasta nosotros; ni de nosotros, cuando regresó hasta el cielo». Jesús está siempre cercano.
Hoy es un tiempo propicio para recordar los encuentros con el Resucitado, para volver a la fe y proclamar que Cristo vive, como les sucedió a los discípulos, cómo les dejó el Señor una estela de alegría y de seguridad imborrable. El lema que ha escogido el Santo Padre para este día de la Jornada de las Comunicaciones Sociales, Ven y lo verás, nos ayudará también a vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús, a los que acompañó el divino caminante y les explicó el sentido profundo de la Palabra y de la Eucaristía. Por medio de estos signos tan fuertes vieron a Jesús, y no antes, porque les faltaba el don de la fe.
Hoy podemos tener la certeza de que nunca ha estado ausente el Señor de sus amigos, sino que les ayuda para que lo sientan cercano por medio de estos signos tan grandes: Palabra y Eucaristía y, además, nos da la fuerza para salir a anunciarle con alegría. Por gracia de Dios hemos comenzado una etapa nueva, una forma nueva de estar con Jesús y de ver a Jesús, de fortalecer la fe, precisamente por este don y por el poder de Dios. No temáis, que no estamos solos, que Jesucristo nos prometió el don del Espíritu para todos los que crean en Él (Jn 7,39; 20,22; Ac 2,33) y con su fuerza podremos dar testimonio (Jn 14,16-17). Esta promesa se ha hecho realidad a partir de la resurrección.
Aunque nos es conocida la experiencia de fidelidad al Espíritu en san Pablo, en la carta a los romanos escribe las inquietudes que el viaje a Jerusalén le está causando (Rom 15,25.30-31); no puede ir a Siria por causa de una confabulación de los judíos contra él y se le obliga a ir a Macedonia (Ac 20,3). Dios le hace ver con estas cosas que ser apóstol no significa seguir tus propios planes, sino aceptar la llamada a la obediencia desde el principio. En otra ocasión, estando en Mileto, es advertido sobre la situación presente, se le hace ver que Jerusalén le traerá «cadenas y tribulaciones», que va a perder la libertad, que será cautivo, prisionero. Así que Pablo conoce perfectamente lo que le espera: se sabe prisionero del Espíritu. No hay que interpretar el ser «prisionero del Espíritu» en un sentido espiritual, sino con la fuerza del realismo que transmiten las palabras de Lucas, se siente prisionero del Espíritu, que le sujeta, como si estuviera encadenado, siente la misma fuerza del Espíritu que conduce a Jesús al desierto. Al Espíritu se le da un papel determinante en el desarrollo de los acontecimientos (Ac 8,29; 10,19; 11,12; 16,6.7...).
En esta solemnidad de la Ascensión de Jesús a lo más alto de los cielos hemos aprendido a escuchar a Dios y fiarnos de su Palabra. No estamos solos, nos sentimos invitados a seguir bajo la acción del Espíritu para vernos libres de las apetencias de la carne, de la ley, y vivir con los criterios de Dios (Gal 5, 16.18.25). San Pablo nos da testimonio y nos asegura que ni la pérdida de libertad, ni el sacrificio de la propia vida es comparable con la fidelidad a los planes de Dios. No tengáis miedo, que el Señor nos ha dado el Espíritu de Jesús, que somos herederos de esta promesa que se cumple, así que ánimo y a ser un verdadero apóstol de Jesús, confiando en el Espíritu Santo.
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