Reflexiones semanales
22 de abril 2018

Jesucristo es el Buen Pastor

IV domingo de Pascua

En la liturgia de este domingo se utiliza una imagen bellísima para expresar el papel de Nuestro Señor, se le llama Buen Pastor. Lo que nos aporta esta imagen es de tal importancia y tan rico de contenido que no ha podido pasar desapercibida. En el Antiguo Testamento se esperaba al Mesías con las características del Buen Pastor, uno que conozca a sus ovejas, que las alimente, las defienda del enemigo; que busque la oveja perdida; que esté cercano a cada una de ellas; que las lleve a buenos pastos, les asegure el refugio y sea capaz de dar la vida por ellas... El Buen Pastor es Jesucristo. Los mayores todavía recordarán la bonita costumbre de saludar ese día al párroco, porque él hace de buen pastor para su pueblo, al estilo de Jesús, es una manera de reconocerle su misión, sus desvelos y trabajos por servir al pueblo de Dios que le ha sido encomendado. Quizás esta costumbre se haya perdido en muchos sitios, pero no estaría mal pedirle al Señor por vuestro párroco. Este es el mejor regalo que un sacerdote recibe, que se acuerden de orar a Dios para que nos fortalezca en la vocación recibida y seamos fieles a la tarea de evangelizar. Se trata simplemente de agradecer al hombre que, con generosidad, ha consagrado su vida por vosotros y no se cansará nunca de decirle al Señor que sí.

El Concilio Vaticano II, en el Decreto sobre los sacerdotes, dice cosas muy bonitas de la identidad sacerdotal: “Rigiendo y apacentando el Pueblo de Dios, se ven impulsados por la caridad del Buen Pastor a entregar su vida por sus ovejas, preparados también para el sacrificio supremo, siguiendo el ejemplo de los sacerdotes que, incluso en nuestros días, no rehusaron entregar su vida”. La maravilla que encierran estas palabras: el sacerdote ha sido llamado por Cristo para ser un buen pastor. Sabéis que no son tiempos fáciles y que existen peligros de todo tipo para que nos olvidemos de nuestra misión, dejándonos llevar por las corrientes de moda; pero un sacerdote está en vela, atento para que nada ni nadie rompa nuestra intimidad con Dios, cuida y vigila para que sus feligreses se alimenten de la Palabra de Dios y de los Sacramentos. La caridad pastoral lleva al presbítero a no tener tiempo para sí mismo, porque ya no se posee, le pertenece a otro: a Dios y, por Él, a sus hermanos. Pero el sacerdote es un hombre, tan frágil y débil como los demás, su fuerza le viene de estar muchas horas delante del Santísimo, las raíces de su vida están en Cristo; es un hombre de plegaria sincera y confiada, porque es plenamente consciente de que si quiere evangelizar, antes debe pasar el Evangelio por su corazón en el silencio de la plegaria. El sacerdote ha aprendido del Buen Pastor que no es el centro de la comunidad, sino su servidor.

No me resisto a ofreceros unas palabras de la homilía del Beato Papa, Pablo VI, en la celebración de la ordenación sacerdotal de unos jóvenes diáconos. Les decía: “El sacerdocio no es para quien está investido de él; no es una dignidad solamente personal; no es fin en sí mismo. El sacerdocio está destinado a la Iglesia, a la comunidad, a los hermanos; está destinado al mundo… El sacerdocio es apostólico… es misionero. El sacerdocio es ejercicio de mediación. El sacerdocio es esencialmente social… Cada uno de vosotros deberá repetirse a sí mismo: yo estoy destinado al servicio de la Iglesia, al servicio del pueblo. El sacerdocio es caridad… Sabed escuchar el gemido del pobre, la voz cándida del niño, el grito expresivo de la juventud, el lamento del trabajador fatigado, el suspiro del que sufre y la crítica del pensador. ¡No temáis!”.

Gracias. Dios os bendiga.

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