Reflexiones semanales
7 de abril 2019

El perdón de Dios revitaliza a la persona

IV domingo de Cuaresma

En esta semana terminará la Cuaresma, el ciclo de preparación para los días grandes del año, dando paso a la Semana Santa, que viviremos con intensidad, después de haber practicado el ayuno, la oración y la limosna, las mediaciones que en este tiempo nos han acercado al corazón misericordioso de Dios. Es de esperar que cada uno haya aprovechado el tiempo para escuchar a Dios en el silencio de la oración, porque es un regalo poder oír su Palabra para entender el estilo de vida que quiere Nuestro Señor. Sin ir más lejos, el domingo pasado se nos hablaba de la misericordia del Padre en la parábola del hijo pródigo, junto con las de la oveja extraviada y la dracma perdida, que se encarga san Lucas de resaltar. En estos textos se nos ayuda a abrir el horizonte a la comprensión, a la confianza en la conversión cotidiana, como respuesta a la llamada de Jesús, a nuestra identidad, a contemplar aquello que somos y a trabajar en lo que debemos llegar a ser. Pero la Palabra de este domingo va más allá y concreta cómo debe ser nuestra capacidad de ser misericordiosos y de perdonar.

El evangelio de san Lucas de este domingo se detiene en diferentes respuestas que se dan a Dios; una de ellas es la de los fariseos y letrados, cuyo objetivo era demostrar que Jesús es un falso maestro, que no observa la ley. A ellos no les importaban las personas, ni sus vidas, ni sus circunstancias, ni siquiera les importaba la voluntad de Dios; se quedaron anclados en el cumplimiento de la ley y tan deshumanizados, que eran incapaces de sentir compasión por nadie, ni siquiera tenían sensibilidad para tender la mano y ayudar, porque solo les importaban sus intereses y sus cosas; el puritanismo de esta gente les llevaba a una falsa justicia, basada en el orgullo y en el desprecio a los demás, para ellos no existía la piedad, ni la compasión.

La respuesta del corazón que nos enseña Jesús es otra cosa muy distinta, porque sus formas son más dulces y esperanzadoras, bastará con fijarse en el trato del Señor con la mujer pecadora, ahí se da un diálogo de misericordia. Ha sido Jesús quien lleva la iniciativa, se ha puesto en pie, muestra interés por la persona y le hacer ver que ya nadie la acusa. El momento termina con una nota de esperanza, capaz de reavivar de nuevo a esta mujer y devolverle su dignidad: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». La mirada de Jesús es de compasión y de misericordia, no abruma, no condena, no humilla, solo le pide la conversión, que comience de nuevo a descubrir un amor mayor. La imagen que mejor le identifica a Jesús es la del pastor que va en busca de la oveja perdida, que cuando la encuentra, lleno de alegría, la carga sobre sus hombros.

Nuestra atención se centra en la misericordia dinámica y efectiva de Dios, que no acusa y sí perdona; que enseña a dejar atrás lo antiguo y nos da el coraje para emprender una vida nueva, fruto de su amor misericordioso. Con su predicación, Jesús, nos abre todos los poros de nuestro ser para sentir la belleza del corazón de Dios y nos acerca, con la serenidad del Maestro, a sentir la caricia de Dios.

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