Dios cumple lo prometido
IV domingo de AdvientoEn la corona de Adviento hemos encendido la última vela y ha comenzado a iluminar a partir de este domingo para decirnos que ya estamos a las puertas de la Solemnidad de la Navidad, que aún estamos a tiempo de volver el rostro a Jesús. Encender esta cuarta luz del Adviento es comprometerte con el Señor, es sentirte enviado a la misión de indicarle a la gente con la que convives dónde está la fuente de la Vida: en JESÚS nuestro Señor, “nacido, según lo humano, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios” (Rom.1, 3-4), como dice San Pablo en la segunda lectura.
Estamos ya cerca de la Navidad, nos lo recuerdan abundantemente las luces de colores de nuestras calles y la publicidad de los medios. En este tiempo tendremos muchas oportunidades de crecer en ternura, porque nos desvivimos en atenciones para con los demás, algunas serán efímeras y se las llevará el viento pronto, pero también pueden ser muy sinceras y según verdad. ¿Quién nos impide trabajar por el Reino de Dios, encender luces, abrir puertas, entonar cánticos de alabanza y manifestar las razones de nuestra alegría? Somos hijos de Dios y esto es más importante que quedarse en lamentos y quejas. ¡Ánimo, despertemos del sueño y apreciemos los valores y dones que nos regala el Señor para ser sus testigos! Tomemos en serio el anunciar el Evangelio, que el mundo tiene hambre de Dios, aunque lo niegue, el mundo necesita a Dios si quiere ser más humano y reconocer su verdadero rostro; imitemos a los que nos han precedido anunciando la plena riqueza de la salvación; pongamos nuestros ojos en la Virgen María, generosa y fiel a la llamada de Dios; o en San José, el hombre justo, honrado y obediente a la voluntad de Dios…
Recomiendo encarecidamente que se lean las lecturas de este cuarto domingo de Adviento, porque nos invitan también a gustar el gozo de la fiesta, el gozo de la venida de Aquél que es una gran noticia para todo el mundo y nos preparan para la solemnidad que se acerca. Ved también cómo hace las cosas Dios, señalando a los dos personajes centrales del Evangelio, que son la Virgen María y San José, pero ninguno de los dos dice una palabra y, a pesar de ese aparente silencio, son protagonistas de un enorme papel que hacen en esta Historia de Salvación. María es la que trae a Jesús al mundo, la que se puso en manos de Dios y con la fuerza del Espíritu Santo dio a luz al Mesías, al Salvador. Su silencio es una lección de entrega y de fidelidad; su silencio le abre las puertas de par en par al verdadero protagonista de la gran historia de amor para la humanidad; su silencio es la confirmación de seguimiento y comunión con fuertes y sólidos lazos. El silencio de María no es producto de la cobardía, sino de la aceptación de que el grande es su Hijo, mientras Ella le sigue hasta la Cruz. La segunda figura que merece nuestra atención es la de San José, ¿un personaje de segunda fila? De ninguna de las maneras. Su grandeza está en su obediencia a Dios, también desde el silencio, pero sabiendo aceptar el inesperado plan del Señor. Este israelita de la casa de David respondió a Dios con la misma firmeza de fe que los patriarcas, una fe apoyada en la Palabra de Dios, una fe, que cree que Dios cumple lo prometido.
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