

Día de la Iglesia Diocesana
domingo del Tiempo OrdinarioQueridos diocesanos.
En la Palabra de Dios se nos dice que el Señor nos ha regalado una gran esperanza, que no es otra que la salvación eterna. En esperanza caminamos siempre con la ayuda de Dios y cerca de los hermanos. Agradezcamos a Dios las múltiples oportunidades que nos da para vivir en esperanza, movidos por la fe, con la mirada puesta en Él y, especialmente, llamados a vivir la sinodalidad. ¡Cuánto hemos gozado en este tiempo de preparación para el Sínodo! Esta iniciativa del Santo Padre, el Papa Francisco, nos ha hecho mucho bien a todos, porque nos ha abierto muchos caminos para la comunión, la corresponsabilidad y la misión. Somos Iglesia y esto nos exige mantener viva la llama de la caridad, la atención a los necesitados y el cuidado y la preocupación por los alejados, porque el Evangelio nos urge, nos apremia a ser de Cristo, a ponerlo en el centro de nuestra vida y a alegrarnos en el servicio a los hermanos, a servir en la verdad y en el amor. El amor verdadero, tal como nos lo regala el Señor, nos lleva de su mano a la eternidad, por eso, ¿cómo olvidar a los hermanos más necesitados, miembros también de la familia de la Iglesia?
La invitación que os hago, con motivo del Día de la Iglesia Diocesana, no es a olvidar, sino a fortalecer, actualizar, renovar o restaurar la vida en Cristo, de Él hemos aprendido lo que significa amar de verdad, hasta dar la vida. Nuestro Señor nos ha dado ejemplo, hemos aprendido de Él el estilo, la gracia de tender la mano para ayudar, a no conformarnos con las palabras, sino ayudar con las obras. Él es la fuente de todo amor verdadero, como la vid, que fructifica con ese amor en sus discípulos, que somos los sarmientos. Pido al Señor que sepamos imitarle en la entrega, hasta la cruz.
La Iglesia muestra su esencia en la comunión, en la unidad entre todos los hermanos, a la vez que abre sus puertas e invita a entrar a todos. Nosotros, fieles cristianos, tenemos la obligación de difundir, de hacer aceptable, creíble, la verdad del amor de Cristo. Esta es la misión que se nos encomienda. En la Eucaristía es cuando más visible se hace este misterio de amor y presencia, en este sacramento tenemos muy cerca a Cristo entregado.
En este año ofrezcamos a los demás la seguridad que nos da el Señor ante las dificultades reales que están arrasando el ánimo y la vida de muchos de nuestros hermanos; con la ayuda de todos podemos levantar al caído, iluminar al que está en oscuridad, auxiliar a los necesitados, dar pan al hambriento… y mostrar el rostro de Cristo al que no lo conoce. Este es el milagro de la comunión, de la fraternidad. Mucho ánimo, ayudemos a la Iglesia, a nuestra Iglesia, en sus necesidades y ganaremos todos.
En el Señor, mis oraciones.
¡Gracias por tanto!
Volver a reflexionesEl Señor nos regala la Salvación
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