Reflexiones semanales
11 de diciembre 2016

Anunciad lo que habéis visto y oído

III domingo de Adviento

No han faltado quienes se preguntan por qué Juan envía a dos de sus discípulos a preguntarle a Jesús si era Él el que había de venir o tenían que seguir esperando, porque seguro que conocía la respuesta, ya que era imposible que Juan ignorara a Jesús, más, después de haber sido él, el que lo anunciara: “Mirad el cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”. El Bautista sabe perfectamente la importancia de estar cara a cara con Jesús para poder vivir la fe de verdad, por eso les envía, para que conozcan a Nuestro Señor personalmente, para que vean su rostro, las expresiones de su cara; para que oigan su voz y acierten a escuchar dónde pone los acentos. La intuición de Juan el Bautista es atemporal, porque también vale para nuestro tiempo, es lo más adecuado, dos mil años después, para el hombre de hoy que sigue buscando remedio a sus males: "¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?". Juan el Bautista hizo como la Virgen María en las Bodas de Caná, señalarles el camino a sus discípulos para que conocieran a quién hay que acudir, dónde está el Salvador, el Señor.

El Evangelio de este domingo, en pleno Adviento, presenta al mundo de hoy, que busca remedio a sus males, las claves para una sincera conversión, un cambio de ruta. En primer lugar, volvamos a escuchar la pregunta de los discípulos de Juan a Jesús, pero al revés, como si fuera Cristo el que nos preguntara: ¿Soy yo el que esperáis, o esperáis otras cosas? Nos ayudará esto para comprender qué buscamos y a quién buscamos. Si volvemos a escuchar lo que les respondió Jesús a estos hombres, veremos que su respuesta fue contundente, que sobran los discursos, que hay que quedarse con las obras, porque ellas son las que hablan y luego, preguntaos por qué los ciegos ven, los sordos oyen y por qué son bienaventurados todos los que no se escandalizan de Jesús. Ánimo, que este ejercicio es necesario también para ti.

El Evangelio habla al corazón y todos podrán entender las palabras y acciones de Jesús, si se está disponible, si se tienen los oídos espabilados para escuchar y así se comprenderá que Nuestro Señor viene en el nombre del Padre y que el Reino de Dios ya está en marcha, ha entrado sin hacer ruido y que cualquiera puede reconocer los signos de su presencia. Hoy mismo, estos signos son las obras de una comunidad cristiana convertida a la esperanza, comprometida con el hombre, especialmente con el que sufre y con los pobres. Escuchemos los gritos desgarradores de tantas personas que se sienten descartadas de la sociedad, simplemente porque son pobres, porque no se les ha dado la oportunidad de crecer y madurar sus talentos. Precisamente por ello, debemos dar gracias a Dios por el Magisterio del Papa Francisco, que nos está haciendo tomar conciencia de la grandeza del corazón misericordioso de Dios, cuando denuncia abiertamente nuestros pecados de egoísmo e indiferencia para que nos convirtamos. Sus palabras les hacen recobrar el aliento a los más débiles: “La Iglesia, que ama y prefiere eso que Jesús ha amado y preferido, no puede estar tranquila hasta que no haya reunido a todos aquellos que experimentan el rechazo, la exclusión y que no cuentan nada”. Y sigue diciendo el Papa: “Estén seguros de que la prueba y el sufrimiento no durarán siempre, porque nosotros creemos en un Dios que repara todas las injusticias, que consuela todas las penas y que sabe recompensar a cuantos tienen confianza en Él”. (Audiencia con pobres, discapacitados y enfermos en el Aula Pablo VI, el 6/7/16).

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