29 de diciembre 2020

La dulzura de la Navidad nace en el pulmón de la Iglesia

En muchos de nuestros hogares reina junto al pesebre y al árbol, esa bandejita golosa que endulza los paladares en estas fechas y sin la cual no podríamos concebir este tiempo; mantecados, polvorones, roscos de vino, cordiales, pestiños, mazapanes, tortas de pascua y un largo etcétera visten nuestras sobremesas, invitando a disfrutar y a compartir con los demás la alegría de la Navidad.

Esta alegría puede ser doble si con cada bocado estuviéramos sosteniendo a la Iglesia, y es que nunca evangelizar había sabido tan bien. San Juan Pablo II decía de los conventos y monasterios que eran «el pulmón de la Iglesia», y no le faltaba razón, pues la constante oración de estos lugares hace que los que formamos el resto del cuerpo nos oxigenemos y podamos continuar caminando por encima de las aguas. Qué sería de nuestros hijos, de nuestras familias, de nuestros sacerdotes y obispos, e incluso del Santo Padre, si no fuera por la sencilla y humilde oración de miles de mujeres que entregan su vida plenamente a Cristo y a su Iglesia.

La Diócesis de Cartagena cuenta con quince casas de religiosas de vida contemplativa repartidas por todo su territorio, una gracia inmensa que, sin lugar a duda, es la clave de la riqueza espiritual de esta bendita tierra por la que el apóstol Santiago (cuenta la tradición) llegó a la península. ¿Qué cristiano murciano no ha acudido en momentos complicados a las agustinas, clarisas, capuchinas, justinianas, dominicas, benedictinas, carmelitas, concepcionistas o cistercienses? Y es que, si la oración mueve el mundo, es gracias a la dedicación apasionada de estas mujeres, empeñadas en confiar plenamente a su Esposo todo lo que acontece.

Quizá podamos aportar un pequeño granito de arena para que los dulces, que tienen contratado el reservado en nuestras mesas, sean más navideños que nunca; sería estupendo hacer un hueco entre el turrón a unas tortas de naranja, garrapiñadas o pestiños de las clarisas de Caravaca; o unos rollos de mistela, o polvorones del Monasterio de la Inmaculada Concepción de Cieza; o unos dulces surtidos, unos bizcochos o unos pasteles del Monasterio de Santa Ana y santa María Magdalena de Lorca; sin olvidarnos del popular Murciatone de las Antonias de Algezares. Manjares deliciosos que nos ayudan a todos a ganar unos kilitos de más, pero que contribuyen a sostener nuestros conventos y a nuestras hermanas, permitiendo que continúen con su misión, sin la cual muchos de nosotros no seguiríamos en pie.

Quizá no nos atraiga la idea del dulce, pero siempre nos quedaría la opción de poder compartir un poquito de la extra de Navidad con aquellas que han entregado su vida al completo por Cristo y, en consecuencia, por nosotros. O, tal vez, podamos dedicar unos minutos para rezar por ellas o visitarlas; de una forma o de otra, sería un gesto importante en esta Navidad para nuestras familias y comunidades, conocer y acercarnos al «pulmón» que elimina el CO2 de nuestro organismo.

¡Feliz Navidad!