20 de septiembre 2017

Doce mártires de la Diócesis de Cartagena serán beatificados en la causa de la familia vicenciana

El Cardenal Angelo Amato presidirá, el 11 de noviembre, la ceremonia en la que serán beatificados 60 hombres y mujeres de la familia vicenciana, 12 de la Diócesis de Cartagena.

El pasado 2 de diciembre el Papa Francisco firmó el decreto por el que se reconoce el martirio de 60 hombres y mujeres, defensores de la fe y del carisma de San Vicente de Paúl, que murieron por su fidelidad a Cristo durante la Guerra Civil española. El cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, presidirá el 11 de noviembre, en Madrid, la Beatificación de los Mártires de la Familia Vicenciana, a las 11:00 horas, en el Palacio Vistalegre Arena. Durante este año, además, se celebra el 400 aniversario del nacimiento del carisma vicenciano.

Entre los 60 testigos de la fe que serán elevados a los altares hay: 40 misioneros de la Congregación de la Misión (24 sacerdotes y 16 hermanos coadjutores); cinco sacerdotes diocesanos de la Diócesis de Cartagena, asesores de distintas asociaciones laicales de la familia; dos hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl; siete laicos Hijos de María y seis caballeros de la Medalla Milagrosa. Todos ellos pertenecientes a las archidiócesis de Madrid, Barcelona y Valencia, y a las diócesis de Cartagena y Gerona. Creyentes que entregaron su vida por su fe, hasta sus últimas consecuencias, como decía San Vicente de Paúl: “No hay ningún acto de amor más grande que el martirio”.

En ese grupo se encuentran doce hombres de la Iglesia diocesana de Cartagena que murieron durante la persecución religiosa en España: tres mártires de Totana (José Acosta Alemán, Juan José Martínez Romero y Pedro José Rodríguez Cabrera); siete de Cartagena (Pedro Gambín Pérez, Isidro Juan Martínez, Francisco García Balanza, Modesto Allepuz Vera, Enrique Pedro Gonzálbez Andreu, José Ardil Lázaro y Francisco Roselló Hernández); uno de Jumilla (Cayetano García Martínez); y otro de Archena (José Sánchez Medina).

La “Salve cartagenera” sonará en la beatificación

El siervo de Dios José Sánchez Medina (sacerdote), uno de los doce de la Diócesis de Cartagena, fue organista en la iglesia de la Caridad en Cartagena y compuso la Salve popular conocida como "Salve cartagenera". Una obra que sonará al final de la Eucaristía de Beatificación, interpretada por la orquesta y coro de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid de 2011, formada por 50 instrumentos y 100 voces.

Desde la Diócesis de Cartagena se están organizando diversos viajes para participar en la beatificación, por lo que quienes deseen acudir, deben ponerse en contacto con la Delegación Episcopal para las Causas de los Santos (968 22 13 71).

Juzgados y fusilados en la oscuridad de la noche

Con el inicio de la Guerra Civil comenzaron las persecuciones de los cristianos. El lunes 20 de julio de 1936 un autobús se llevó detenida a la comunidad completa de las Hijas de la Caridad de la casa de Misericordia de Cartagena. Pedro Gambín Pérez, sacerdote director de la Asociación de los Hijos de María en la ciudad portuaria, intentó evitarlo, pero fue detenido y encarcelado en San Antón. Allí motivó el ambiente martirial de los presos, hasta que, en la madrugada del 15 de agosto de 1936, salió de la cárcel con otros presos para ser ejecutados en la carretera de Murcia, donde consiguió que los milicianos le dejaran morir el último para administrar la absolución sacramental a cada uno de sus compañeros de prisión.

El 18 de agosto de 1936 fueron arrestados los seglares Modesto Allepuz Vera y José Ardil Lázaro, y un día después, Enrique Pedro Gonzálbez Andreu. Fueron juzgados en el arsenal de Cartagena, en el primer juicio de jurados conforme al decreto de Azaña, del que –como cuentan sus biografías–: “Los catorce jueces populares, los testigos, y los acusadores, pertenecían al Frente Popular, los mismos que el 25 de julio habían quemado las iglesias de Cartagena”. Ellos confirmaron su pertenencia a la Asociación de María de la Medalla Milagrosa y a la cofradía California (de Semana Santa). A las doce de la noche del sábado 19 fueron condenados a muerte. “Se confesaron, perdonaron a los causantes de su muerte y animaron a sus familiares”, cuentan los documentos de la causa de beatificación. Los mataron en la madrugada del 22 de septiembre de 1936 en el cementerio. Enrique Pedro Gonzálbez se puso la medalla de la Milagrosa para el momento de ser fusilado; uno de los tiros atravesó el metal de la misma, que es conservada por la familia como reliquia. El 1 de agosto de 1939 los tres milicianos que los ejecutaron declararon con todo detalle la despedida de estos tres mártires, momento en que los perdonaron y pidieron “que se den por satisfechos con nuestra sangre y no se derrame ya más”. Pero no fue suficiente.

En Cartagena fueron asesinados un gran número de hombres de fe, como es el caso de Francisco García Balanza, asesinado el 25 de agosto y abandonado en la carretera a la salida de Los Dolores. También Isidoro Juan Martínez, seglar, que fue detenido por el Frente Popular el 1 de agosto del 36, mientras cenaba con su familia. Estuvo 78 días en la prisión de San Antón, donde coincidió con Francisco Roselló Hernández, que fue detenido el 22 de julio y encarcelado desde el 7 de octubre. Fueron los últimos mártires de la Asociación de la Medalla Milagrosa de la ciudad –murieron el 18 de octubre–, por lo que vieron salir de allí a Gambín Pérez, al igual que Allepuz, Gonzálbez y Ardil.

En el resto de la Región de Murcia también se produjeron asesinatos de creyentes vinculados a la familia vicenciana (presbíteros y laicos). Cayetano García Martínez, formador de los Hijos de María, natural de Jumilla, fue apresado y fusilado junto a su cuñado el 15 de agosto de 1936. Y José Sánchez Medina, de Archena, también sacerdote formador de los Hijos de María, fue asesinado, junto a su padre, el 17 de octubre.

Tres sacerdotes en Totana

José Acosta Alemán, presbítero de la Congregación de la Misión, fue encarcelado a finales de julio de 1936. En la cárcel conoció a Juan José Martínez Romero y a Pedro José Rodríguez Cabrera, ambos sacerdotes diocesanos. Allí se prepararon para el martirio durante meses, hasta que en la mañana del 31 de enero de 1937, “irrumpieron violentamente en la cárcel –narra la causa de los mártires–, encerraron al jefe que se negó a entregar a los presos”. Los fusilaron y, después de muertos, “les pincharon con el machete del fusil y se ensañaron con sus cadáveres, pero las familias pudieron rescatar sus cuerpos sin vida y enterrarlos dignamente”.

“¡Viva Cristo Rey!” fue el grito que los sentenció a todos. Su confesión de fe, su lealtad y fidelidad a Cristo les causó la muerte.

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